domingo, 30 de enero de 2011

Nieva sobre mojado


Cuando llegan los novios la ciudad tiene una apariencia fantasmal. La catedral emerge tras el río y, tras la cristalera del hotel, vemos los árboles del Espolón, entrelazados con sus garras blancas.

- La próxima vez quedamos en Marbella, si no tenéis inconveniente, que desde que existe la aviación comercial no hay distancias largas, propone el Heredero.

- ¿La próxima vez?, pregunto, alarmada. A ver si este pollo está pensando que las bodas se repiten como las morcillas.

- La próxima vez que queráis reuniros para cualquier cosa que sea, porque no sabéis cómo está la carretera, aclara el novio.

La Miss está radiante como si para ella la carretera hubiera sido un sembrado de flores. La troupe preboda pasamos a cenar. Nos han preparado un reservado para que podamos hablar tranquilamente y sin apremios de tiempo.

Por esta vez dejamos al margen el protocolo y nos colocamos por parejas, chico-chica, chico-chica, y mi cuñada y Mo.

- Vosotras sois las encargadas del orden y la intendencia, ¿no?, pregunta el Heredero, señalando a las dos mujeres impares.

- Sí, contestan ellas al unísono.

- Pues yo sólo os pido que no compliquéis las cosas y que a mí me lo deis por escrito para que pueda aprendérmelo con tiempo, que no quiero meter la pata, pide el novio.

- Os advierto que Esmeralda es una autoridad en materia de protocolo, asegura Mo, y la cuñada pone cara de interesante.

La conversación se entretiene en vericuetos diversos, desde la nevada a la crisis pasando por las nuevas tecnologías. Se diría que nos hemos reunido aquí para ver nevar, pienso. Menos mal que Mamen y yo tenemos telepatía porque antes del segundo planto le oigo que dice de sopetón a los novios:

- Estábamos pensando que, para cumplir el programa íntegro, os falta la petición de mano.

- Ah, pues se la pido ahora mismo, se presta el Heredero. ¿Te importaría darme una mano?, pide a la Miss.

- Las cosas no son así, se adelanta mi cuñada. Deberías pedírsela a Ignacio, que es el padre de la novia.

- Pues os advierto que la mano la tengo yo aquí, incluso dos, dice la Miss, miradlas. Y parece que se dispone a bailar los pajaritos por aquí, pajaritos por allí.

- Tú misma, Mamen se dirige muy seria a la novia, pero tu suegra tiene una sortija que te iría divinamente para cualquiera de esos dedos. Y seguro que tus padres tendrán para el Heredero cualquier fruslería de las que ellos se gastan.

- Habíamos pensado en un Rolex Le Prince antiguo, que compramos hace años en Ginebra, me comenta Ignacio al oído. ¿Qué te parece?

- Lo importante es el compromiso entre ellos, nosotros sólo somos testigos de su alegría, le respondo por decir cualquier cosa. (¿Qué espera que le conteste? ¿Qué un rolex es una minucia?)

- ¿Puedo pedirlo ahora mismo o también tiene un protocolo?, dice el novio, guiñando un ojo a mi cuñada.

- Deberíamos fijar una fecha especial para la pedida, eso no se hace de cualquier manera, responde ella.

- No es una cuestión de protocolo pero tampoco un aquí te pillo aquí te mato, añade Mo.

- Lo que pasa es que a vosotros os va la marcha y vais a organizar un jubileo a costa nuestra, ya os veo venir, bromea el Heredero.

- No provoques a tu madre, que no está el horno para bollos, oigo que le dice Mamen.

- Oye, no malmetas que yo no he abierto la boca, me defiendo.

- Pues entonces, podíamos fijar una fecha que venga bien a todos, mi cuñada sigue a lo suyo.

- Menos mal que estás en todo, Esmeraldita, le alaba Gigi y noto como ella se esponja.

- Es una auténtica profesional, insiste Mo.

Sacamos las agendas respectivas y convenimos en que el 19 de febrero en un buen día.

- ¿En Donosti o en Madrid?, se interesa Mamen.

- Mejor en Madrid, así aprovechamos para hacer compras ¿no os parece?, sugiere Gigi.

Todos conformes, nos citamos para el 19 de febrero en Madrid.

- Para entonces, necesitaríamos tener un número aproximado de invitados para calcular el orden del día, pide mi cuñada.

- Tiene razón Esmeralda, deberíais hacer un cálculo de asistentes para preparar la petición de menú y decidir cuántas reservas de hotel hay que hacer, añade Mo.

- Nosotros pensamos hacer también alguna cosa con la gente en el pueblo, dice mi chico.

- Podemos encargar un catering para la ocasión, responde Mo, ya quedo yo con Esmeralda sobre el qué, el cómo y el cuánto. Mi cuñada asiente con cara de satisfacción.

Cuando termina la cena pasamos a otra salita a tomar una copa. Aprovecho para preguntar a Gigi sobre Mo.

- ¿Está casada?

- ¡Huy, qué va!, ha sido siempre un poco rarita, creo que es un poco feminista, me dice como si revelara una tara. Nunca ha aguantado a un novio, como para casarse.

Cuando llegamos a la habitación, comento con mi chico:

- Mo es un poco especial.

- Todos somos especiales, vistos de cerca, me responde, sin darlo mucha importancia.

- Ya, pero creo que ella además es lesbiana.

- Ah, muy bien, pues ella sabrá lo que le gusta, dice mi chico, que es un tipo políticamente muy correcto.

- Es que creo que hace ojitos a tu hermana, insisto yo.

- ¡Qué cosas dices!, me mira incrédulo.

- A mí no me importa pero como te padre se huela algo le puede dar el parasiempre.

- ¡Joder!, dice, casi sin voz.

No quiero ni pensarlo. Mi pobre suegro, cuando esperaba que su hijo primogénito matrimoniara con una doncellita del pueblo, a ser posible bien dotada patrimonialmente para unir las tierras en un latifundio, le salió con que elegía a una divorciada con hijo. Que le costó lo suyo asimilarlo, he de añadir. Pero, ¿quién y cómo le explica que su hija del alma le gusta a una vasca rica a la que no le van los hombres? Conmigo que no cuenten, aviso.

lunes, 24 de enero de 2011

Peticiones

Mi cuñada ha traído su libro: Manual de protocolo, relaciones públicas y comunicación. Un tocho como que fuera a opositar a notarías. Lo pone encima de la mesa. Se la ve más suelta que de costumbre. Domina el tema. Mo hojea el tocho.

- Muy profesional el profesor Dorado (autor del libro), comenta.

- Eso me ha parecido, corrobora mi cuñada.

Mi chico y yo no damos crédito. Mi cuñada es una individua de una especie rara: no sabe qué hace en la vida, nadie se lo ha explicado, nadie le ha pedido explicaciones tampoco y siempre encontró el camino allanado para que se dejara ir. No quiso estudiar, no ha querido trabajar y, en términos generales, huye de lo que suponga un cierto esfuerzo. Sospecho, aunque no lo diría en voz alta, que no ha tenido novio porque hubiera supuesto demasiado trajín: pensar en donde quedar, a donde ir, qué película ver, qué tomar, demasiado para su body.

Como ya tengo contado, no se le conocen más aficiones ni inclinaciones que las casas reales en general y la española en particular, sobre las que se informa vía Hola y a través de los libros de Pilar Urbano u otros intelectuales de parecida talla, como un tal Peñafiel. No obstante, tú la oyes hablar de Mette Marit, de la princesa Vitoria de Suecia y, sobre todo, de Leticia Ortiz y piensas que acaba de tomar el té con cualquiera de ellas. Para no mencionar el drama que vivimos cuando murió Lady Di, que no se nos puso de luto porque el negro no le sienta bien. Pero le lloró como si fuera de la familia.

Y ahí la tienes, discutiendo con Mo sobre cómo han de colocarse los invitados y el orden de preeminencia. Gigi la mira encantada.

Ignacio comenta con mi chico y con Charly algo relacionado con inversiones. Este hombre parece de piñón fijo: cualquiera que sea la ocasión acaba hablando de dinero. Yo estoy pensando cómo hincarle el diente al asunto de la petición de mano. Que a ver si ahora va a resultar que voy a ser yo más papista que el papa.

En esas estoy cuando Gigi se coloca a mi lado.

- A lo mejor te parece una bobada pero no sé si los chicos han pensado en la pedida, es una costumbre que a mí me parece bonita, me dice en un susurro, como si me hubiera leído el pensamiento.

La miro con ojos de sorpresa y ella interpreta el gesto como si me disgustara la idea.

- Sólo si no os parece mal, añade.

- No, no, yo también quería hablarte sobre ello, aunque quizá deberíamos esperar que estén también los chicos para conocer qué idea tienen, le propongo.

Ella respira aliviada. Seguro que pensaba que me iba a oponer. Pero el caso es que el anillo de la abuela es una joya de lo más adecuada para una petición de mano. Y ya que lo tengo, podemos darle un uso.

- ¿Habéis hablado ya de la petición de mano?, se nos incorpora Mamen como una apisonadora.

- Lo usual en esos casos es regalar una sortija a la novia y un reloj o una joya similar al novio, tercia mi cuñada.

- Estábamos comentando que quizá deberían estar los novios para conocer qué idea tienen, apunto tímidamente.

- Los novios ¿para qué?, oigo a Mamen.

- Mayormente, porque son los que se van a casar, respondo.

- Pues con casarse ya van cumplidos, para el resto estamos nosotras, concluye mi amiga que, puesta a salerosa, no tiene par.

Las demás parecen estar de acuerdo porque ninguna abre el pico hasta que Gigi, con esa vocecita cantarina de niña buena que se ha labrado, nos cuenta lo que significa una petición de mano.

- Diréis que soy una clásica pero para mí, la pedida es como la antesala del matrimonio y, sin petición parece que el enlace queda incompleto. Yo recuerdo aún mi petición de mano...

Nos cuenta cómo fue el jolgorio aquel, quienes asistieron - los duques de Alba, entre otros - cómo vistieron – de gran gala - , lo que bailaron – a los acordes de una orquesta contratada ex profeso -, los regalos que se intercambiaron – ella un reloj de oro a Ignacio, él una gargantilla de brillantes a ella –.

Mamen dice que ella celebró la petición cuando se casó con Polín pero que no se regalaron nada.

- A mí no me gustan las joyas y Polín no sabía en el día que vivía, menos iba a necesitar relojes, eso que nos ahorramos. Además, nos pilló en la fase hippy total, nos importaban muy poco los usos sociales, asegura.

- A mí nunca me han pedido nada, ni la mano ni el pie, dice mi cuñada.

- Eso que has ganado, le consuela Mo. Porque convendréis conmigo que no deja de ser machista a más no poder que llegue un hombre y diga a los padres, que vengo a pedirles que me den la hija. Vamos, en estos tiempos andarse con tonterías semejantes. Os lo digo en serio, a mí me viene un tío con esas pretensiones y le largo no os digo dónde para que no se me escandalice Gigi.

- Qué cosas dices, Mo, responde la aludida, medio escandalizada ya.

Mientras hablan, yo hago memoria de cuántas veces han pedido mi mano. Tres, en total.

La primera vez tenía yo 17 años. En el verano había ligado con un tipo diez años mayor que yo y lo que en un principio tenía el morbillo de un tipo maduro, con la carrera terminada y labia por un tubo, con el que podía fardar delante de mis amigas, enseguida se había convertido en una pesadez. Andaba yo ideando el modo de quitármelo de encima cuando se me declaró formalmente, o sea, el típico ¿quieres casarte conmigo?

No, no quiero, le dije. ¿Para qué andarsme por las ramas? Y le di las razones:

- Porque soy muy joven.
- Porque quiero estudiar y ni siquiera he terminado preu.
- Porque no le encuentro ninguna ventaja al matrimonio.

Me callé una cuarta por no herir su sensibilidad: Porque no quiero ser la señora de Puertas (¿adentro?, ¿afuera?).

El pollo, que se tenía un poco creído que era un buen partido, me dio una semana de plazo para pensármelo. Me pareció una idea excelente porque dos días después tenía que volver al internado y, en consecuencia, pensaba que no tendría ocasión de volver a verlo puesto que en mi colegio sólo estaban permitidas las visitas de familiares en primer grado, nada de amigos y, muchísimo menos, novios.

Volví al colegio, conté a mis amigas la historia del novio mayor, fardé cuanto pude y me dispuse a dar carpetazo al affaire. Pero, al domingo siguiente, a primera hora me reclaman para una visita familiar. Bajo al salón y allí que me encuentro al Puertas, trajeado y en plan señor formal. Con esa pinta se había presentado a la monja portera, le había contado la milonga de que era primo mío, que estaba de paso en Madrid y quería saludarme y darme un regalo de la familia. La monja se tragó la historia.

El regalo venía en una cajita muy bien envuelta y era, ¡exactamente!, una sortija. No un joyón, pero sí una cosa apañadita. Yo, que tenía clara la respuesta que iba a darle con joyones o sin ellos, hice ademán de devolverlo pero él rechazó el paquete con un gesto displicente. Como diciendo ¿qué es eso para mí?

Entonces me recordó la pregunta que ya había respondido y yo le repetí el no.

- Pero podemos seguir siendo amigos, propuse, por salvar la cara y pasar el trago.

- No puedo aceptar ser ministro sin cartera donde he pensado que podía ser jefe de gobierno, me respondió. Lo que vino a corroborar mi sospecha de que el peticionario lo que quería era ampliar sus pertenencias con una mujer como podía haberse comprado un coche.

Dicho lo cual, se despidió muy dignamente y se fue dejándome con la caja en la mano. Nunca me he puesto la sortija, temo que me dé mal fario.

La segunda vez fue el ex. Se trataba también de un trámite familiar, una forma de encontrarse ambas familias y arreglar los asuntos de la boda. Yo le regalé un reloj, una cosita decente, y él me regaló un perro. Un setter irlandés que le gustaba a él. El detalle debía haber sido suficiente como advertencia y, de haber sido un poco menos tonta de lo que yo era, debería haberme empujado a salir por pies. Pero no lo hice. El pobre perro nunca llegó a poner las patas en mi casa, se quedó en la de los padres del ex hasta que un día desapareció. No recuerdo si antes o después de que yo hubiera descubierto mi error, qué gran error, como luego expresaría el ínclito de la Cierva.

La tercera vez, la única verdadera porque ambos caminábamos en la misma dirección, lo hizo mi chico. Un día, cuando llevábamos años viviendo juntos, nos llevó a comer al Heredero y a mí a un restaurante y le contó que pensábamos casarnos.

- Pues muy bien, dijo el Heredero, con su proverbial romanticismo.

Me regaló una sortija con un brillante y un granate. Nunca me la he quitado desde ese día. Yo no le regalé nada. Ni falta que hacía.

domingo, 23 de enero de 2011

La francesa

Termina la jornada de trabajo del viernes y salimos despepitados hacia Burgos.

- ¿Llevas la lista preparada?, pregunta Mamen.

- La llevo, respondo.

- ¿Qué has hecho estos días?, quiere saber.

- Pensar en la que se me avecina.

- ¡Qué pesada estás!

Charly aprovecha que mi chico ha encendido un pitillo para explicarle los beneficios – sanitarios y económicos - de dejar de fumar.
- Déjalo, ya Charly que no te va a hacer ningún caso, le aconseja Mamen.

- Yo lo que digo es que hay cosas peores y más contaminantes, se defiende el fumador.

- Pero el tabaco no beneficia a nadie más que a las empresas tabaqueras, insiste Charly.

Ya tenemos encauzado el camino. En este debate sin fin pueden emplear ambos horas eternas sin salirse del guión. Que sí, que no, que caiga un chaparrón.

- Yo seré pesada pero me parece a mí que algunas están exagerando lo que no es más que la organización de una boda. Una boda, hija, que esto no es la adhesión a la ONU, trato de defenderme.

- Yo no he dicho que seas pesada, digo que estás, que estás muy pesadita, guapa, que parece que nadie más que tú haya casado a un hijo, responde Mamen.

Cuando llegamos a Burgos el termómetro está a punto de caer bajo tierra, más que bajo cero. Hemos escogido para reunirnos el día más frío del invierno en la ciudad que acostumbra a dejarse las puertas abiertas para que el frío entre a sus anchas incluso en verano. Nos está esperando mi cuñada. Enseguida, llega la expedición vasca. La amiga de Gigi se llama Mo. Más o menos de nuestra quinta.

- ¿Mo es nombre vasco?, pregunta mi cuñada.

- Mo es en realidad Monique, explica la aludida.

- ¿También tienes una abuela francesa?, aventuro.

- No, todos mis abuelos eran vascos y mis padres también. Después de la guerra, la familia tuvo que refugiarse en Francia, donde nacimos mis hermanos y yo. Mi padre quiso ponerme Aránzazu pero mi madre, que estaba harta del exilio y de los vascos, decidió que tuviera un nombre francés. Consiguió que en el registro civil mi padre añadiera el Monique francés al Aránzazu vasco. Todo eso, para terminar llamándome Mo.

Monique, mira por dónde. Monique, era la francesita prototípica que, allá en los sesenta del pasado siglo, venía de fuera y se levantaba al chico que a ti te gustaba.

Recuerdo a mi amiga Alicia. Estaba enamorada como una becerra de un primo suyo. A todo esto, nosotras estábamos internas en colegio de monjas, sólo salíamos a la vida civil en vacaciones: navidad, semana santa y verano. Salíamos desenfrenadas, entendiendo el desenfreno en el contexto histórico años sesenta. O sea, veías un chico y se te aflojaban las piernas. A mí amiga Alicia se le caían hasta las tuercas.

Pasábamos el trimestre de internado maquinando estrategias para ligar con los chicos que nos gustaban en aquél momento, que cambiaban con sorprendente rapidez y a veces eran más de uno. Salvo en el caso de Alicia que siempre era uno sólo y el mismo: su primo. El primo estaba bueno por dos razones de peso: porque a los 20 años no hay chico feo y porque cuando eres chica y tienes 17 años te gustan todos, excepto, insisto, a Alicia, que sólo le gustaba su primo.

Bien, pues pareciéndonos que el primo estaba bueno, todas las amigas éramos absolutamente leales con ella, a pesar de que el susodicho era un picaflores y tenía a gala ligar, o al menos intentarlo, con cualquier chica que se le cruzaba. Con el grupo de amigas lo había intentado repetidamente con todas excepto con Alicia, a la que, al parecer, veía sólo como la prima boba del colegio de monjas.

Pues bien, en una de aquellas vacaciones Alicia supo que su primo estaba en la casa que la familia tenía en la sierra e ideó una estratagema para que fuéramos ambas al chalet, supuestamente a estudiar. Nuestras respectivas familias se tragaron la historia y nos dieron el permiso para pasar el fin de semana en la sierra.

Allá que nos dirigimos las dos con cuatro libros para disimular y vestiditos como para animar a un regimiento. Tomamos el tren, nerviosas perdidas, llegamos al pueblo, enfilamos la casa, abrimos la puerta, subimos disparadas a las habitaciones, dejamos los bolsos y, cuando nos disponíamos a ir en busca del primo, oímos ruido en una de las habitaciones. Allí nos dirigimos, pensando que estaba el primo. Y, efectivamente, estaba…

Estaba en la cama, con Monique. La tal Monique era una francesita que hacía intercambio con alguna chica de la familia. Una niña española pasaba un mes en casa de una familia de Francia y, a la recíproca, la niña de esa familia francesa devolvía la visita en casa de la familia española. Al parecer, el primo estaba en trance de reclamar su plusvalía del intercambio cultural.

Alicia y yo salimos de la habitación queriéndonos esconder en las antípodas. Pero al ratito la parejita vino a saludarnos como si acabáramos de encontrarnos en el bar. Lo peor de todo es que, en aquella tesitura, no nos quedó más remedio que pasar el fin de semana estudiando, de donde concluimos que mentir era una opción de riesgo.

Mi amiga siguió enamorada como una becerra de su primo durante mucho tiempo más, hasta que la historia acabó de muy mala manera. Pero yo cogí cierta inquina a las Monique que venían a levantarse a los primos nacionales con artimañas que nosotras tardaríamos en descubrir.

Cuando, mucho tiempo después, tuve algún pretendiente francés supe que la cosa no iba a prosperar. Por culpa de Monique, la muy arpía.

Recuerdo estas cosas mientras el grupo se decide a entrar en faena. En la calle hace un frío desalentador, que nos impone una reunión forzosa bajo techo. Los novios han quedado en incorporarse a la cena así que vamos pidiendo unas copas para entrar en ambiente.

miércoles, 19 de enero de 2011

Familia(s)


Estamos sentados en el sofá – apoltronados más bien – mi chico y yo en esta tarde noche tranquila y, de pronto, se me ocurre preguntarle:

- Tú ¿qué vas a ponerte?

- ¿No estoy bien así?, me mira con cara de sorpresa.

- Digo para la boda.

- ¡Ah! Yo cualquier cosa, y se desentiende de mí, enfrascado como está en su lectura.

- ¿Qué es exactamente cualquier cosa? ¿Los pantalones de pana? ¿Los vaqueros?

- Por ejemplo, contesta en plan chulín, que es como responde cuando yo me pongo irónica.

- Te advierto que ya todo el mundo va de chaqué a las bodas y en esta más, ya lo verás.

- Me parece muy bien, dice, a punto de entrar en la fase por un oído me entra por otro me sale.

- Vas a ser el único en ir de trapillo, reitero.

- A lo mejor lo pongo de moda, responde ya en el nivel automático, sin mirarme siquiera.

- Y la Miss se llevará un disgusto, se me ocurre de pronto.

- Pues si es tan tonta para disgustarse por una cosa así, mejor es saberlo cuanto antes.

Mi chico es un dechado de virtudes, lo declaro desde ya. Da gusto vivir con él. Siempre está de buen humor, raramente se agobia por algo, invariablemente ve el lado bueno de las cosas y de las personas, tiene paciencia, es inteligente, educado, amable. Un mirlo blanco. Pero como se le meta una cosa entre ceja y ceja, ya te puedes dar por vencida. No le vas a convencer. En casos extremos, si no queda más remedio, suelo recurrir al chantaje emocional con resultado desigual: unas veces da fruto y otras no.

- A mí me haría ilusión, inicio el ataque.

- ¿Qué es lo que te haría ilusión?, hace rato que se ha desentendido de mí.

- Que fueras de chaqué a la boda.

- Pues vaya ilusión más tonta, luego dices de la Miss.

Adivino que podríamos seguir así, peloteándonos frases ingeniosas o mordaces, hasta el amanecer, así que opto por ahorrar energías.

- Vale, será eso, y pongo cara de dolorosa en semana santa.

Abro mi libro y trato de enfrascarme en la lectura, pero en realidad pienso en los usos sociales y en los cambios que ha sufrido la sociedad en estos años. Evoco las bodas de hace 40, 60 años. Ceremonias invariable e inexcusablemente religiosas. Bodas de la España de postguerra, esas cuyas fotos he ido reuniendo y que guardo en una carpeta de piel. Me gusta contemplarlas porque hablan mejor que un historiador de aquellos años duros y tristes. La novia con traje de chaqueta negro y un ramito de flores blancas en la mano, sombrerito breve, quizá con tul. Sólo en las familias de alto copete la novia vestía de blanco. El novio con traje oscuro, el traje que le acompañaría durante lustros, con el que quizá sería amortajado. Ambos con cara de susto, casi siempre.

Van al matrimonio a tientas – Matrimonio y mortaja del cielo bajan, advierte el refranero –. Ellos se casan porque quieren estar “recogidos”, una mujer que sustituya a su madre y los atienda, a ellos y al hogar, que tenga dispuesta la ropa y la comida. Ellas, porque es la única salida que la sociedad ofrece a las mujeres que no quieren ir al convento. Sólo una minoría accede aún a la formación, universitaria o profesional. Incluso entre éstas, entre las pocas que trabajan, dejarán el trabajo al casarse. En algún caso obligatoriamente, en todos, con la bendición del Estado, que abona una “dote” a la novia trabajadora para que abandone el empleo.

Ojeo estas fotos de boda. Observo a los recién casados. Quizá han sido novios durante años pero seguro que han tenido muy pocos momentos de auténtica intimidad, de conversaciones de sosegadas, de caricias. Una chica que se “dejara” era una chica “fácil” lo que, en la moral restringida de la época, era una etiqueta peligrosa. De fácil a puta había apenas un matiz. Los novios serios y formales tenían impedido traspasar determinados territorios no sólo en la manifestación de los afectos. En cada pueblo, en cada pequeña ciudad hay una frontera tácita que los novios, y sobre todo las novias, decentes no habrán de franquear so pena de vergüenza pública.

“Nunca fuimos más allá del Montecillo mientras fuimos novios”, he oído contar mil veces a las mujeres de mi familia con cierto orgullo.

- ¿Qué había en el Montecillo?, preguntaba yo.

Nada, antes y después sólo había carretera. Alguien había determinado la moralidad como una cuestión de longitudes, de apariencias, de sospechas. Una moral que sólo giraba en torno al sexo, con el sexto mandamiento como ley suprema, en una sociedad desgarrada y dolorida por una guerra aún reciente. Todo en aras de la familia monolítica y única: el padre es el representante legal y quien ostenta el poder delegado: de Dios y de Franco.

Miro luego las fotos más recientes. Fotos de mi generación. Las novias ya se casan de blanco, la mayoría de largo. Trajes historiados, de lujo, en los que se aprecia el nivel adquisitivo familiar. España vive los años del desarrollo y en las bodas se tira la casa por la ventana. También los novios son distintos. Ellas y ellos sonríen francamente a la cámara. Aún vive el dictador, aún rige la moral de la apariencia pero la sociedad revienta ya por las costuras. Algunas de esas novias han ido a la universidad y muchas trabajan. Son empleos poco relevantes aún: secretarias, azafatas, enfermeras, periodistas, maestras, éstas son las únicas de cierta consideración social, pero muy raramente llegarán a directoras.

La mayoría, con la excepción también de las maestras, dejarán el empleo al casarse. Los maridos siguen considerando un menoscabo para su virilidad que su mujer gane dinero. Si por azar ganara más que él – lo que sólo se produce cuando él es realmente inútil - el menoscabo puede devenir en impotencia. No pueden soportarlo. Las excepciones son todavía escasas.


Mi generación. Es la que realmente voló el sistema. Nos ha tocado cambiar casi todo. Empezamos a ir a la universidad, participamos en política, nos enfrentamos a nuestros padres primero, a nuestras parejas después. Incluso a Franco, aunque esto sirvió de poco. Reivindicamos nuestra autonomía, aprendimos sobre la marcha.

Fuimos las primeras mujeres que pudimos elegir nuestra maternidad, no como designio divino, sino como un acto de voluntad propia. Pudimos elegir si queríamos embarazarnos y, en caso afirmativo, cuándo. Los anovulatorios – que en los primeros años eran ilegales – nos confirieron autonomía. El trabajo nos dio las riendas de nuestra vida.

Una mujer de mi familia sostiene la teoría de que la culpa de todo lo que me ha pasado en la vida la tiene mi decisión de trabajar. Algo de razón tiene porque de no haber trabajado, de no haber dispuesto de mis propios ingresos, nunca habría podido decidir por mí misma si quería vivir en pareja o no y, en caso afirmativo, con quién quería vivir.

Con quién, esa es otra cuestión. Mi generación estrenó también el divorcio y reivindicó la despenalización del aborto. Que ninguna mujer tenga que acabar en la cárcel por su decisión de abortar. Dinamitamos la familia, sostiene la iglesia tradicional y corroboran los bien pensantes. Ya no hay un modelo familiar único. Ya no hay una manera única y exclusiva de ver la vida, el sexo, la sociedad.

Tampoco hay una sola forma de matrimonio. Una pareja puede optar por casarse por el rito religioso, por varios, incluso, mediante trámite civil e incluso no oficializar su relación sin tener que dar explicaciones a nadie ni perder por ello el respeto del entorno. Hemos vivido una auténtica revolución social.

- Estoy dispuesto a hacerme un traje nuevo, pero de ninguna manera me voy a disfrazar de camarero, la voz de mi chico interrumpe mi digresión mental.

- Tampoco yo voy a ponerme mantilla y peineta, aunque me lo pida el gobierno vasco en pleno.

martes, 18 de enero de 2011

Telefoneando


Si estos días observas que las acciones bursátiles de las empresas de telefonía suben varios enteros no preguntes por qué. Ya te lo digo yo: es por lo de la boda. Me paso el día al aparato.

Llama la Miss.
- Oye, que dice mi mamá que conoce a una persona experta en organización de eventos y pregunta si habría algún inconveniente en que se uniera a la reunión del finde. Que así tendríamos una opinión profesional.

- Por mí, ninguno, respondo. No quiero preguntar en qué tipo de evento están pensando los santos padres vascos, que precisan de una profesional de logística, para que no me den palpitaciones.

Llamo a mi cuñada.
- Hemos quedado el finde para establecer el plan de acción de la boda. ¿Te apuntas?, le invito.

- ¿Quiénes estamos?, pregunta.

- Todos: los novios, los padres de la novia y una amiga de Gigi; Mamen y Charly, nosotros y tú, por si quieres echar una mano.

- Vale, pues me apunto.

Llamo al Heredero.
- A efectos de la reserva, anota que Esmeralda se apunta a la reunión del finde.

- Anotado, no te preocupes que llamo por teléfono y lo resuelvo enseguida.

Llama mi chico.
- Me ha llamado mi hermana, que le llames, que quiere preguntarte algo y tu teléfono comunica constantemente.

Llamo a mi cuñada.
- Llevo toda la tarde pegada al aparato, díme.

- Es que tengo un libro sobre protocolo y pensaba que a lo mejor es buena idea llevarlo a la reunión, ¿qué te parece?

- ¿Tú crees que será necesario?, pregunto haciendo un esfuerzo sobrehumano para no carcajearme y que se moleste, que mi cuñada es una chica muy sensible.

- Cuando la boda de los príncipes de Asturias estuvo todo medido por el protocolo, responde sin pizca de ironía.

- Ah, pues entonces, nada. Lo único, que éstos no son asturianos ninguno y a lo mejor no es necesario tanto protocolo. Pero, vamos, yo de eso entiendo poco, le digo.

- Las cosas bien organizadas quedan mejor, insiste.

- Eso es verdad.

- Pues llevo el libro.

- Vale.

Llama Mamen.
- ¿Qué has hecho de nuevo?

- Hablar por teléfono, únicamente.

- Muy bien, pues si no das abasto reparte juego. He visto dos tiendas con ropita muy chula para madrinas y asimiladas, se autopropone.

- Podemos ir al Village de Las Rozas, que tienen cosas decentes y a precios no imposibles, que me espera un chorreo fino como para andar despilfarrando, le digo.

- Vale, pues cuando quieras quedamos. Te recojo y nos damos una vuelta a ver qué tienen. Y cuelga.

Yo, creo que ya lo he dicho, no conduzco. No tengo carnet, ni intención. Por eso o por la razón que sea, soy la acompañante ideal para cualquier conductor. Nunca protesto.

Mi padre era un conductor que le echaba moral. Le gustaban los coches rápidos y, afortunadamente para él, no llegó a percatarse de que la edad y la enfermedad mermaban sus facultades. El garaje donde guardaba el coche estaba en la calle de más tráfico de la ciudad en que vivía. Pues bien, para salir, él asomaba el morro del auto y esperaba, no importaba el tiempo que fuera preciso, era un hombre paciente. Esperaba justo hasta que venía un coche por la derecha y otro por la izquierda, entonces aceleraba y salía a la calzada. Lo hacía sin mala intención, se ve que las medicinas le habían cambiado el chip en algún momento y él lo hacía así pensando que era lo correcto. También puede que hubiera perdido vista.

Los otros conductores le pitaban de mala manera y, naturalmente, nadie quería acompañarle. Excepto yo. Es lo que tiene la ignorancia. Afortunadamente, nunca nos pasó nada y él murió sin percatarse de que no era Fangio. Dejó en el garaje un coche semideportivo recién comprado.

Mamen es una conductora experimentada. Y osada. Nada se le pone por medio, ni ante el volante ni ante ninguna circunstancia en tierra, mar o aire. Es chiquita pero matona. Lo que tiene la osadía es que no siempre mide los riesgos.

El Village de Las Rozas es un conglomerado de tiendas oulet de grandes marcas. La fórmula consiste en que los modelitos que las firmas de postín no venden en una temporada las ponen a la venta al año siguiente con un descuento casi nunca inferior al 30%. De esa forma se quitan de en medio los excedentes y recuperan al menos la inversión. Como, por lo común, se trata de prendas de calidad aguantan bien de una temporada para otra y para el comprador – compradoras, la mayoría – suponen un ahorro considerable.

La primera vez que Mamen y yo fuimos al Village – hace de ello varios años - mediaba el mes de enero y queríamos aprovechar las rebajas. Por alguna razón que no recuerdo nuestros respectivos estaban de viaje, es decir, ambas estábamos solas en casa y, por lo mismo, andábamos sueltas de horario.

La tarde salió de invierno cerrado de esas en las que se dan cita todas las inclemencias meteorológicas: niebla, frío, lluvia y nieve. Ajenas a esa minucias, nosotras entramos en todas las tiendas del complejo, vimos todo lo que estaba expuesto y acabamos comprando ella un traje y yo una chaqueta de pana color camel de Carolina Herrera que, dicho sea en honor a la verdad, aún conservo en muy buen uso a pesar de los años transcurridos.

Sea porque en invierno anochece pronto, sea porque se nos fue el santo al cielo, cuando salimos del Village estaba oscuro como boca de lobo. Con una niebla cerrada que impedía ver más allá de cinco metros. Mamen se puso al volante para volver a casa pero héte aquí que las carreteras que nos habían llevado a Las Rozas parecían haber desaparecido para volver a Madrid. Dimos vueltas sin cuento buscando la M-30 o, alternativamente, la M-40, dirección Madrid pero tantas veces como enfilábamos otras tantas nos conducía a Majadahonda o de nuevo a Las Rozas.

Empezábamos a sospechar que nos habíamos introducido en un túnel errado del tiempo y del espacio cuando identificamos un cartel que indicaba a Madrid. Seguimos en aquella dirección, ambas casi pegadas al parabrisas, durante kilómetros y kilómetros sin que la ciudad apareciera por ninguna parte.

- Tú mira bien los indicadores, me ordenaba.

- Eso hago pero no veo ninguno.

Era casi medianoche cuando alcanzamos a distinguir la primera señal: Talavera de la Reina. Por arte de magia nos habíamos pasado de largo y nos habíamos salimos de provincia. Muertas de hambre y de cansancio, casi sin gasolina, salimos de la autovía, entramos en el pueblo, repostamos, el coche y nosotras, y emprendimos la vuelta. Esta vez acertamos pero era bien entrada la madrugada cuando me dejó en casa. Jamás lo hemos contado porque un percance lo tiene cualquiera pero, por si acaso, convenimos en quedar un sábado o domingo a la luz del día.

viernes, 14 de enero de 2011

Cocidito madrileño (editado)


Vuelvo a mirar la lista, añado la gestión con el cura y las arras, que me ha recordado Cruela, y me vuelven a entrar sudores.

- Creo que deberíamos hablar con los chicos y saber qué quieren hacer ellos, propongo.

- Esa es buena idea, dice mi chico.

Telefoneamos y es la Miss quien coge el aparato.

- Nos ha pasado Mamen la lista que habéis hecho, dice con voz cantarina. Estoy por responder que yo he hecho poco cuando añade: Me parece fenomenal, así sabemos por donde empezar y seguir un orden pero habíamos pensado que sería buena idea reunirnos y repartirnos tareas, ¿Qué os parece?

- Muy bien, muy bien, es una idea estupenda, secundo rápidamente la iniciativa.

- ¿Qué os parece si quedamos todos para el próximo finde?, pregunta.

Mi chico, que oye la charla a través del manos libres, asiente con la cabeza.

- A nosotros, bien, respondo.

Cuelgo y, cinco minutos después, llama Mamen. Se ve que funciona bien su tamtan.

- Hemos tirado una línea recta entre San Sebastián y Madrid, la hemos dividido en dos y la mitad cae en Burgos así que hemos quedado en juntarnos allí. ¿Alguna objeción a la propuesta?

- ¿Por qué tendría que objetar algo?, digo, para no tener que preguntar otras cosas. Por ejemplo, quienes “hemos quedado”.

- Porque le pones pegas a todo, hija, así que mejor si esto te parece bien.

Mi chico dice que Burgos le parece bien. Llamo al Heredero.

- Mamen propone reunirnos en Burgos, ¿qué os parece a vosotros?

- Muy bien, ya quedamos nosotros con los padres de la Miss y hacemos reserva para todos, acepta a la primera.

Aprovecho la buena disposición para echar mi cuarto a espadas.

- Podíamos vernos nosotros antes y adelantábamos algunas cosas; además, a mí me gustaría hablar algunas cosas contigo, si te parece, le digo.

- Podías montarte un cocido para el domingo, sugiere.

Acepto, por supuesto. Y pongo mi lista a punto. Llamo a Mamen, que es una forofa del cocido, pero tiene copado el día. Lo cual nos permitirá hablar sin interferencias. La compañía de Mamen es muy grata pero no lo es menos un parlez-vous madre-hijo.

El domingo se presentan hechos un brazo de mar. En el Hola pasarían por la pareja del año, pienso cuando los veo entrar en casa.

Mientras la Miss y mi chico se entretienen un rato en la terraza, el Heredero viene a la cocina a picotear de la nevera.

- Oye, ¿tú le has pedido la mano a la Miss?, le pregunto a quemarropa.

- Pues, creo que le he pedido varias partes de su cuerpo serrano, que en unos casos me ha dado y en otros no, pero la mano, ahora que lo dices, no se me ha ocurrido.

- Pues ya que os habéis puesto en plan formal, sabrás que es costumbre pedir la mano de la novia, opto por no atender a la ironía del gracioso.

- Vale, ahora salgo a la terraza y se la pido. A ver, qué más tenía que hacer y no he hecho, señora generala, responde en el mismo tono. Se ve que tiene el día inspirado.

- Lo digo porque es costumbre regalar a la novia un joyón como anillo de compromiso. Y tengo una sortija, que era de la abuela, que a lo mejor te vale. Si lo quieres, vamos, le cuento.

- Oye, es una idea…

Como si le hubiera parido, así lo conozco. El Heredero tiene muchas cualidades y es muy sensible, con una sensibilidad especial hacia todo lo que es susceptible de ser tasado.

Los novios repiten de garbanzos, de morcilla y de chorizo. Mi chico, sólo de garbanzos. Yo me modero porque las navidades han sido devastadoras. Cuando estamos en el postre me decido a sacar el segundo de los asuntos candentes: la ceremonia. Al hablar de casarse en la iglesia del pueblo hemos dado por sentado que se trata de un enlace por el rito católico pero, si nos atenemos a lo expresado por los novios, el interés deriva más de la belleza del entorno y de las posibilidades que éste ofrece más que de la fe religiosa.

- ¿Vosotros sois creyentes?, pregunto.

- Yo no, responde el Heredero sin dudar un segundo.

- Yo soy más bien agnóstica, dice la Miss. Bastante sobredosis he tenido en mi casa.

- En ese caso, ¿por qué queréis casaros en la iglesia?, arguyo por mi parte.
El Heredero mira a la Miss y calla. Ella lo explica:

- Nos gustó la iglesia del pueblo y lo que le rodea, tiene un encanto que no tendrá ningún otro lugar, sin mencionar que las ceremonias en la iglesia lucen mucho más que las civiles, no hay color. Nos mira con cara de no haber roto un plato y añade: No quisiera escandalizaros ni que os molestéis, menos aún que creas que no nos tomamos en serio la iglesia de tu pueblo, le dice a mi chico, pero los curas tampoco dan mucha muestra de respetar lo que predican, ¿por qué habríamos de hacerlo nosotros más de lo que hacen ellos?

A mí me parece que el razonamiento tiene una cierta lógica. Mi chico sólo puntualiza una cuestión.

- El cura de mi pueblo es un hombre de fe y una buena persona. No será un intelectual para tampoco es un ignorante ni está rendido al poder. No es el tipo de cura en el que estáis pensando. Éste reparte lo que tiene e incluso lo que no tiene si alguien lo necesita. No me gustaría que se sintiera burlado o que creyera que le ridiculizamos.

- No haremos nada que pueda molestarle a él o ponerte en evidencia a tí, asegura el Heredero.

- Estoy seguro, zanja mi chico.

P.S.
A petición de la firma proveedora de la real casa, me es muy grato añadir que los garbanzos del cocido son del pedrosillo y muy, muy ricos.

miércoles, 12 de enero de 2011

De rebajas

Me voy de rebajas para olvidar la espada de Damocles que pende sobre mí: la boda.

- Podíamos mirar qué se lleva en ceremonias de alto copete, propone Mamen.

- Yo necesito más una falda para ir a trabajar, alego.

Entramos en Uterqüe, en la Gran Vía, al lado de Callao. Hay el doble de gente de lo que es normal. Echamos una ojeada a las faldas. A nuestro lado, una chica joven, tocada con un sombrero borsalino, se pone por encima un jersey y mira en el espejo cómo le queda, luego cuelga la prenda del brazo y sigue mirando otras. El jersey es bonito realmente. Mamen busca en los colgadores otro igual y todos son de talla grande así que le pide a la chica que se lo deje ver y ella se lo da. Entonces la miramos ambas y nos percatamos de que es la actriz Ana Risueño. Mamen repite la operación de mirar ante el espejo cómo le va a la cara el jersey, observa la etiqueta y se lo devuelve.

- Anda, mona, guárdatelo y no le vayas dejando el jersey a todo el mundo, que te vas a quedar sin él, le aconseja.

La actriz nos sonríe y nos da las gracias.

- Qué mona es y qué pava, le van a birlar el jersey, dice Mamen.

- Me gusta el borsalino que lleva, vámonos al Corte que seguro que lo tienen, propongo.

Cruzamos de nuevo la Gran Vía y enfilamos Preciados. Hacemos un amago de entrar en Zara pero está imposible, así que seguimos al Corte Inglés. También hay gente, pero le echamos ganas. Vamos directamente a la sección de sombreros en la planta baja, al fondo a la derecha. Nos probamos casi todos, yo me quedo con el borsalino gris, el primero que me he probado. Mamen, una boina de aire parisino.

- Me encantan, luego cuando me veo en casa me parece que me hacen mayor… dice.

- Qué te va a hacer mayor, te favorece una barbaridad, le digo y es verdad.

Seguimos a la cuarta planta, directas a la operación falda. Me pruebo dos y me quedo con la segunda. Empieza entonces lo que yo llamo “técnica de agotamiento”, de la que Mamen es una artista. Consiste en probarse todo lo que ve, no importa si le va o no, ni siquiera si tiene intención de comprarlo. Puede estar dos horas seguidas probándose faldas, pantalones, jerseys, chaquetas, abrigos, blusas, lo que haya en la tienda, y no comprar nada. Más aún, puede salir de casa sin intención de comprar nada y probarse todo.

- ¿Cómo me ves?, pregunta al espejo y a mí simultáneamente.

- Muy bien, de verdad que te queda muy bien, es tu talla y el color te favorece, respondo.

- No sé, no sé, es que tengo otro igual.

- ¿Para qué te lo pruebas, entonces?

- Por si acaso.

Que dan ganas de decirle, por si acaso ¿qué? Luego dice que yo soy resolutiva. No, le aclaro, es que voy de compras cuando quiero comprar algo y me pruebo aquello que entra dentro de lo que busco, el resto lo dejo. Y si no voy a comprar, me voy de paseo o al cine o al teatro o me quedo en casa leyendo. Pues no lo entiende. Y yo pico una y otra vez y salgo “de compras” con ella. ¿Cómo que de compras si la única que compra soy yo?

Llego a casa exhausta física y mentalmente. Porque, aunque no hemos vuelto a mencionar la boda, voy rumiando la lista que guardo en el bolso.

- He quedado de rebajas con Mamen y me ha preparado una lista con las cosas que hay que hacer para la boda que me parece excesiva, le cuento a mi chico. Yo creo que nosotros tenemos un papel secundario y testimonial, ¿no?

- Testimonial, testimonial tampoco, algo tendremos que hacer para ayudarles. De momento, tendremos que hablar con el cura del pueblo para que esté advertido.

- Bueno, eso, vale. Pero fíjate lo que ha preparado, le enseño la lista.

La lee como si fuera las cotizaciones de bolsa, escudriñando cada línea.

- Habría que añadir la fiesta en el pueblo, tendremos que hacer algo como se hacía antaño, propone.

- No fastidies que vamos a repetir la boda de tu padre.

- Tres días parece mucho pero al día siguiente del enlace podríamos reunirnos todos en el pueblo. Y llevar algo de chundachunda.

- ¿Lo estás diciendo en serio?, pregunto incrédula.

- ¿No te gustaría?

A ver, ¿qué haces en estos casos? Lo pregunta con esa cara de chico bueno que se me gasta que sólo quedan dos posibilidades, a saber:

- No, no me gusta ni lo más mínimo. Eso, para no mencionar qué pintan los 500 mejores amigos de los santos padres vascos en la bodega de tu padre.

Otra alternativa es sonreir, poner la mejor cara que sea posible y decir:

- No acabo de verlo, pero si tú lo dices…

Estoy demasiado cansada para empezar a discutir así que opto por la segunda opción.
Ese mismo día mi chico llama al cura, que se muestra encantado, naturalmente, y se ofrece para lo que sea menester.

Bien, primer punto superado.

martes, 11 de enero de 2011

Las listas

No hemos terminado de recoger los adornos de navidad ni de digerir el roscón de reyes, cuando llama Mamen. Acaba de llegar de una excursión a Galicia, de donde han vuelto deprisa y corriendo antes de tener que salir a nado.

- ¿Qué tal lo llevas?

- Mal ¿cómo lo voy a llevar? Ya te habrás enterado que van a montar un tinglado ecológico en el pueblo, todos revueltos. Me veo allí perpetuamente, respondo casi sin respirar, que con alguien tengo que desahogarme.

- Ya verás como luego no es para tanto, me consuela, siempre tan positiva. Pero yo te preguntaba por la boda, ¿cómo lo llevas?, insiste.

- No me ha dado tiempo a pensarlo aún, estoy un poco de morro con lo de la empresa agraria.

- Pues quítate el morro que no te va a valer para nada y ve pensando en cómo nos organizamos para que nos dé tiempo a todo lo que tenemos que hacer de aquí al 6 de mayo, ordena.

- ¿Qué tenemos que hacer? Y pongo acento en el MOS.

- Ah, pues si tú no estás dispuesta ya lo hablo yo directamente con Gigi y con la Miss, me contesta dándose aludida a su modo.

- A ver, qué quieres que hagamos, me rindo.

- De momento, una lista con las cosas que hay que preparar, cada una hacemos la nuestra, mañana quedamos y las ponemos en común.

- Mañana tengo que hacer en casa.

- Nada de lo que tengas que hacer será tan importante como preparar la boda de tu hijo, me reta.

Es inútil con ella, no sé por qué no me rindo desde el principio si al final acaba saliéndose siempre con la suya. Me pongo a hacer la lista. ¿Qué tiene que hacer una madre cuyo hijo hace diez años que se independizó y ahora se casa? ¿Cuál es el papel de madrina? Después de mucho pensar, sólo se me ocurren tres cosas:

  • Relación de invitados
  • familia de la madre del novio
  • familia del padre del novio
  • Trajes de mi chico y mío
  • Regalos que hace la madrina a los invitados
Lo anoto en un post-it y con él me presento en la cafetería del Corte Inglés de Callao. Ya que voy a tener que esperar, al menos que la vista sea grata. Cuando llego – ¡oh, milagro! – Mamen me está esperando.

- ¿Estás malita?, le pregunto. No sabía que eras capaz de ser puntual.

- Es que tenemos mucho que hacer, no sé si nos va a dar tiempo.

- Tampoco será para tanto, empiezo a decir, cuando me interrumpe.

- Si te parece…

Y me da un folio donde ha escrito la relación de tareas. Con sus colorines, sus sangrías y subrayados. Se lo ha currado, la tía.

- Esa es tu copia. He abierto un archivo en el ordenador para hacer un seguimiento de las tareas que vamos cerrando, ordena y manda.

Enlace del Heredero y la Miss
Tareas pendientes:
  • Petición de mano
    • regalo para la novia
  • Vestido
    • tocado
    • zapatos
    • bolso
    • maquillaje
    • peinado
  • Participaciones
    • decidir hasta qué niveles de familia se envía
  • Invitaciones
    • decidir quién invita
    • relación de invitados
  • Alojamiento de invitados
    • ver hoteles en la ciudad
    • reservar a primeros de abril
    • cerrar la reserva el 20 de abril
  • Obsequios de la madrina
    • originalidad
    • webs con propuestas
      • abanicos
      • pendrives
      • frasco de colonia
      • botella de vino
      • llavero
      • pieza cristal de La Granja
      • pieza cerámica
      • incienso
      • bombones
  • Alianzas
    • oro blanco
    • oro amarillo
    • aro de oro blanco sobre oro amarillo
  • Iglesia
    • hablar con el cura
    • fijar hora
    • preparar papeleo
  • Juzgado
    • preparar papeleo
  • Viaje de novios
    • decidir lugares
    • ver ofertas viajes
  • Fotos y vídeo del enlace:
    • ver propuestas
  • Saluda a los asistentes, tras el enlace.

- Deberíamos fijar un calendario y repartirnos tareas. Podíamos reunirnos cada semana para evaluar cómo llevamos el planning, de lo contrario se nos echará el tiempo encima, me dice cuando cree que he terminado de leer.

Yo estoy noqueada y destripada en la lona.

- A ver, nena, estamos hablando de una boda, no de la recuperación de la Alsacia y la Lorena, digo por decir cualquier cosa. En realidad me han entrado unas ganas locas de salir corriendo y perderme en el tráfico de la Gran Vía.

 - ¿Cómo que una boda? Estamos hablando de LA boda, ¿a cuántos hijos has casado tú?, contraataca.

- A ninguno y, si te digo la verdad, tampoco creo que sea tan importante. Si llevan por lo menos un año viviendo juntos…

- Qué tendrá que ver una cosa con la otra, insiste ella. ¿Tú sabes con quién se casa tu hijo?

- Hasta el domingo, el plan era la Miss, salvo que haya cambiado de idea, ironizo. Que parece que se te han olvidado los antecedentes del Heredero.

- Pero ¿cómo puedes decir esas cosas? Es que no me lo puedo ni creer. Tu hijo se va a casar con una chica medio aristócrata, una rica heredera vasca, los santos padres estarán pensando tirar la casa por la ventana y tú con esa pachorra que es que, que es que…, se atasca.

- Que es que ¿qué?, vamos a ver. Que es una boda, ¡una boda!, no la incorporación a la OTAN, le corto.

- Ah, pues muy bien, si te lo tomas a chirigota, nada, lo dejamos y ya está. Pero, te lo aviso, no me vengas a finales de marzo diciendo que no te da tiempo. No digas que no te lo advierto.

Lo reitero, yo quiero mucho a Mamen, es mi amiga del alma y, aunque extravagante y a veces estrambótica, tiene un punto de sentido común, a su pesar. Y, sobre todo, por nada del mundo quiero yo que se moleste.

- Venga, no te pongas así, es que tu lista me pone los pelos de punta, reculo como puedo.

- Pues ya puedes ir empezando un tratamiento capilar - me mira los rizos, y añade -, que falta de hace, hermosa.
Nos reímos ambas. Pero ella no pierde comba.

- De verdad, de verdad, tú no eres consciente de con quién vas a emparentar, ¿a qué no?

- Francamente, querida, me tiene sin cuidado, respondo, emulando a Clark Gable.

- Ah, muy bien, pues si nos ponemos cinematográficas, volvamos a las tierras de Tara, si te parece.

- No, déjalo, mejor nos damos una vuelta por las rebajas.

domingo, 9 de enero de 2011

De Caton y su De Re Rustica

Mientras nos reímos rememorando las peripecias eróticas de los santos padres, yo busco en los archivos de mi disco duro mental los hipotéticos encantos de la vida rural y de lo bucólico. Sin éxito.

Vengo al pueblo porque es el de mi chico, porque a él le gusta y, una vez aquí, lo pasamos bien. Pero estoy ya en el límite de mi resistencia. Un poco de mismidad interior y otro poco de movimiento exterior, por favor. Esa es la razón por la que me he levantado pronto y he salido de puntillas de casa: un rato de sosiego, una pausa para pensar y estar callada.

Pues bien, henos aquí a los cuatro: el Heredero y la Miss, mi chico y yo bajo los canecillos románicos de la iglesia. Espero que alguien empiece a explicar la razón de tal conciliábulo.

- Tu hijo y yo queríamos contarte una idea que hemos tenido, abre fuego la Miss.

- Sólo si vosotros estáis de acuerdo, corrobora el Heredero, en un tono inusual en él, que es más del tipo ordeno y mando.

- Nos ha gustado tanto el pueblo que pensamos que sería un buen lugar para casarnos, dice ella, con una voz angelical.

- Eso es algo que tendríais que decidir también con tu familia, seguramente preferirán la catedral del Buen Pastor, que es un escenario más solemne. Y si lo que queréis es un pueblito, siempre podéis elegir ese donde tu madre veraneaba con tu abuela, alego yo, tratando de sacudirme el muerto, para qué voy a mentir.

- A nosotros nos gusta éste, insiste ella y el Heredero asiente.

A mí se me encienden todas las alarmas. ¡Más pueblo, no! Me pongo a pensar a toda velocidad razones que desaconsejan que el evento glorioso sea aquí cuando miro a mi chico y veo que se le han puesto tiernos los ojitos y mira al Heredero emocionado. Así que me callo.

- Habría que hacer algunos arreglos en la iglesia, responde al fin el de los ojitos. Siempre y cuando tus padres estén de acuerdo, naturalmente, en que la boda sea aquí.

En vista de que no hay mucho más que hablar, nos levantamos y tomamos el camino de vuelta.

- ¿Te imaginas cómo luciría la cola del vestido en esta escalinata?, me dice la Miss buscando mi complicidad mientras bajamos.

- Me lo imagino, sí, respondo aunque en realidad necesito un tiempo para hacerme a la idea, el procesador me funciona con cierta lentitud.

En la comida, mi chico saca el tema a la consideración familiar. Contra mi creencia, a los santos padres la idea les parece luminosa.

- Aquí no tendríamos problemas de seguridad, apunta Ignacio.

- Cuando yo me casé hicimos tres días de fiesta, trajimos música y todo, dos dulzaineros y una caja.

- Será como una boda medieval, Mamen se dispone a radiarnos la puesta en escena.

- Como cuando se casaron los príncipes de Asturias, recoge la hebra mi cuñada, la novia y la comitiva salimos de casa y vamos hasta la iglesia. Esperemos que no llueva.

- En mayo no suele llover mucho, supone Gigi.

- El 22 de mayo se casaron los príncipes y mira si llovió, insiste la cuñada.

- Si decidís que sea aquí, tenéis que decírmelo pronto para que yo pueda preparar la bodega, a ver si vamos a hacer cortos de vino, mi suegro sigue a lo suyo.

Mi chico me acaricia la rodilla por debajo de la mesa y yo le devuelvo la sonrisa. Debo de tener cara de espanto, que trato de disimular.

- Pero, vamos, que si vosotros tenéis otra idea, nosotros, encantados, digo a los santos padres, por decir algo.

- Fíjate, que bien pensado, creo que es el lugar ideal, responde Ignacio.

- Pues ya verás cuando conozcáis la iglesia, os va a encantar, añade mi cuñada.

- Sí, el Duomo de Florencia, estoy por decir, pero me callo de nuevo.
(Aquí no hay manera de coger el punto: tengo que callarme cuando quiero hablar y tengo que dar palique cuando quiero estar callada).

Los novios aprovechan para comunicar oficialmente que han decidido que la boda sea en los primeros días de mayo. Sacamos los calendarios, recién estrenados, y vamos señalando días con el dedo como si corriéramos fichas en el parchís.

- El viernes 6 sería una buena fecha, propone Gigi, porque queda todo el fin de semana por delante.

Se acepta la propuesta.

A la hora del café, cuando vienen los amigos y familiares, damos la noticia. Alborozo general. Los del pueblo están que no se lo creen.

- Hace más de siete años que no celebramos una boda aquí, dice Begoña.

- Bodas, las de antaño, apunta Dani, lo que mi suegro aprovecha para volvernos a contar cómo celebraron sus esponsales.

- Esto va a poner al pueblo en el mapa, añade Mario.

- El pueblo ya está en el mapa, asegura Gigi, bajo los efectos de otras emociones, seguramente.

Cuando terminamos el café, las copas y los puros, empezamos la recogida para volver a nuestros respectivos lares. En la despedida, alguien nos emplaza a celebrar más veces el fin de año en el pueblo.

- De momento, quedamos emplazados todos para la boda de mayo, responde mi chico.

Ya en el coche, noto que aún no me ha contado todo. Lo noto en el aire, soy un poco bruja. Espero que hable mi chico. Y, en efecto, habla.

- No hemos tenido ni tiempo para hablar estos días, empieza el discurso, así que no he podido comentar contigo el proyecto que hemos cerrado con Ignacio.

- ¿Quiénes hemos?, pregunto.

- Nosotros, pero también el Heredero y la Miss. Vamos a empezar en el pueblo a cultivar una serie de productos siguiendo criterios estrictamente respetuosos con el medio ambiente. Cultivos ecológicos, la idea que tenían los chicos desde el principio, en alguna de nuestras tierras, me explica.

- Tendrás que decírselo a tu padre, le digo, por incordiar un poco.

- Mi padre está encantado con la idea, se cree el rey Midas, con eso de que vengan de Madrid y del País Vasco a requerirle sus tierras.

Estoy a punto de decirle que el tiempo que le ha faltado para contarme a mí esos proyectos maravillosos le ha sobrado para contárselo a su padre cuando añade:

- Con decirte que ha llevado al Heredero en el tractor a ver las parcelas…

El tractor de mi suegro es sagrado. Su tesoooro. Y no hay forma de hacerle entender que ya no tiene edad de ir por esos campos con un cacharro antediluviano. Que cualquier día se llevan a los dos para el museo de Atapuerca.

El tractor es un modelo de los que ya ni se hacen, que a él le vale para recorrer sus tierras y, sobre todo, para creerse activo y en forma. La familia le hace las consideraciones oportunas que él escucha muy atentamente, contemplando cómo le entran por un oído y la salen por el otro.

En realidad éste es un cacharro casi nuevo en la casa, adonde llegó hace sólo cuatro años. Hasta entonces tenía otro más o menos de la misma quinta. Todos esperábamos que el aparato se descacharrara de una vez para que el hombre abandonara sus aficiones a lo Fitipaldi hasta que un día, en efecto, algún componente se defuncionó definitivamente. Mi suegro llamó a su hijo:

- A ver si vienes pronto, que tienes que llevarme al taller para que me arreglen una pieza del tractor, le dijo.

- Vale, respondió mi chico, con la sana intención de dar largas al asunto con la esperanza de que se olvidara definitivamente del dichoso tractor.

Así estuvieron unos seis meses.

- Que si me llevas al taller.

- Que hoy no puedo, que tengo mucho trabajo.

Hasta que un día, llegó a casa, orondo perdido, y nos comunicó orbi et urbi:

- Que ya no necesito que me bajes al taller porque me he comprado un tractor nuevo.

- No jodas, dijo mi chico, sin poderse contener.

- A ver cuándo os enteráis de una vez que no os necesito para nada, concluyó el patriarca, feliz como un niño con tractor nuevo.

Todos entendimos que lo de nuevo era una forma de hablar, porque el aparato tendrá más de treinta años, pero él se las arregla, sube y baja como si tuviera la mitad de la edad que tiene y, lo que resulta más sorprendente, consigue renovar el permiso de conducir, que eso sí que parece milagroso.

Que mi suegro haya aceptado que alguien suba a su tractor me impresiona realmente. Pero la idea de un negocio en el pueblo no es precisamente el sueño de mi vida. Me veo saliendo cada fin de semana despepitados desde Madrid para ver cómo crecen las lechugas ecológicas o lo que se decidan a plantar en estas tierras ubérrimas. Adiós nuestras excursiones al museo del Prado, o al Thyssen o adonde sea. Adiós, Madrid.

Voy jurando en arameo con el pensamiento, procurando que no se me note, y acordándome de Catón y su De Re Rustica. Finalmente, me decido a hacer una broma.

- A este paso, vamos a terminar empadronándonos en el pueblo, digo yo pensando que he llegado al colmo del disparate. Pero resulta que no, porque mi chico responde con toda su cachaza:

- No, tú no si no quieres, pero yo sí me voy a empadronar porque es conveniente a efectos de la PAC (Política Agrícola Común).

La que nos faltaba.

sábado, 8 de enero de 2011

Feminista o gilipollas

Apenas me da tiempo a deshacer la maletilla, de vuelta de la maratón navideña en el pueblo, cuando tengo que incorporarme al misterio…ni. Un poco de sosiego, pordios, que aún no he hecho la digestión de las ostras de Nochevieja, con que para ponerme a trabajar.

Da igual. Ajenos a mi proceso digestivo, mis altos cargos y los altos cargos sindicales han decidido quemar etapas y reunirse a tiempo completo para buscar un acuerdo como la Chelito se buscaba la pulga. Infructuosamente.

Pasan ante mí con caras de circunstancias pero yo los miro como el grupo de amigos que en realidad son. Coleguis.

Coleguis, en distintas barreras pero coleguis. Mis altos cargos están necesitados en llegar a un acuerdo que llevarse a la boca – por favor, por favor –. Los altos cargos sindicales están igual de necesitados de llegar a un acuerdo que ofrecer a sus bases – por favor, por favor –. Los primeros están obligados a ir con un presente a Moncloa. Los segundos, a ir con algún futuro a los trabajadores.

Si se mantiene el alargamiento de la edad de jubilación convocaremos una nueva huelga general, advierten los representantes sindicales. En verdad están queriendo decir: No nos obliguéis a convocar otra huelga, por lo que más queráis.

En el hipotético caso de alguien pegara la oreja a la puerta del salón donde se reúnen los altos cargos y las altas cargas – cosa que a mí no se me ocurre –, percibiría conceptos como edad máxima de jubilación, coeficientes reductores, trabajos de riesgo, años cotizados. Es sólo una parte de la escena. Como en el chiste del dentista, cogidos por sus respectivas partes nobles, unos y otros se miran a los ojos y se dicen mutuamente: Vamos a llevarnos bien, ¿eh?

Como me conozco la historia, aprovecho para ponerme al día de las noticias, que al pueblo no llega la prensa e internet con harta dificultad. De esta forma me entero de que Alicia Giménez Bartlett ha ganado el Nadal de este año. Muy bien, me parece.

Hoy, el periódico Público le hace una entrevista que el editor de turno titula: Hoy la cuestión es ser feminista o gilipollas. Leo el corte y compruebo que la frase ha desestructurado el discurso, como Ferrán Adriá desestructuraba la tortilla, pero si se analiza bien, si se fusionan y ligan los ingredientes, ese es el fondo de la cuestión. Tal como están las cosas no hay más alternativas: o se apuesta por el feminismo o se apuesta por lo otro.

Me llama Tita, que está mi pobre a punto de parir, para interesarse por el final de la fiesta en el pueblo.

- Pare tranquilamente, nena, déjame que haga la digestión y ya seguiré contando.

jueves, 6 de enero de 2011

El polvo de la era

Hizo tanto frío en el puente de comienzos de diciembre que cuando llegamos al pueblo para celebrar el fin de año casi nos parece primavera. ¡Incluso hace sol!

Mamen y Charly, mi chico y yo viajamos el jueves. Mi suegro se nos ha adelantado, ha encendido las glorias y tiene la casa más o menos calentita. La convocatoria ha funcionado y se ven bastantes chimeneas humeantes, algo del todo inusual otros años.

El viernes 31 llegan los padres vascos y los novios. Se observa animación en el pueblo. Mi cuñada baja con los primos, bien sesteada. Hemos preparado la mesa en el merendero. En principio, hemos dispuesto cubiertos para los de casa con posibilidad de ampliación si se apunta alguien más. La idea es cenar en las casas propias y tomar las uvas en la plaza. Pero en el pueblo nunca se sabe.

- Luego, hasta que el cuerpo aguante, dice Mario. Y todos asentimos.

Entre lo que cada cual traemos ya preparado y que el plato principal va a ser un pescado al horno con verduras variadas, que se hace solo, pronto estamos todos disponibles para la cháchara.

La tarde está tan luminosa que apetece dar un paseo antes de que se ponga el sol. Mi suegro está animado y parlanchín. Al pasar por la bodega nos cuenta la borrachera que se cogieron él y su amigo Lucio cuando entraron en quintas.

- Había una nevada de más de medio metro de altura, nos caímos y no fuimos capaces de levantarnos. Salieron a buscarnos y no nos encontraban, se había deshecho la nieve debajo de nosotros y estábamos en el fondo del hueco que habían hecho nuestros cuerpos, oigo el relato por enésima vez.

En el alto de los palomares nos paramos a contemplar el caserío alrededor del montículo de la iglesia.

- En esa iglesia se casaron mis tatarabuelos, mis bisabuelos, mis padres y me casé yo. En ella nos han bautizado a todos y yo bauticé a mis hijos pero ahí se ha terminado la tradición, se lamenta. Éstos – mi chico y yo - no se han casado por la iglesia y ésta – mi cuñada – ya ves, aquí está.

La aludida que está aquí nos mira a todos con los ojos de pava en vísperas navideñas pero la Miss me mira como queriendo decirme algo que no acierto a entender. Se agarra del brazo del Heredero y se adelantan, charlando muy animadamente. Ojalá les dure el amor porque hacen una pareja preciosa, pienso.

El cielo luce un azul de gala cuando volvemos a casa.

- Aquí tienes un paisaje que con gusto hubiera pintado Benjamín Palencia, comento con Ignacio.

- Este pueblo tiene su encanto, responde éste.

- Y una tierra muy rica, tercia mi suegro.

- Eso es parte del encanto, dice el Heredero.

- Hemos tenido una idea que tenemos que madurar con calma, me dice la Miss al entrar en casa.

- ¿Qué idea?

- Vamos a dejarla que repose, responde, y ya hablaremos.

Cenamos relativamente pronto para estar listos antes de las 12. En el pueblo no hay reloj con campanas y hemos descartado tomar las uvas con la televisión así que hemos encomendado a un voluntario para que haga sonar una campañilla cuando el reloj de la iglesia marque la medianoche. Se ofrece Mario. Nos juntamos 43 personas en la plaza. Hemos preparado unos cucuruchos con las doce uvas, que repartimos entre la concurrencia. Terminadas las uvas, empieza una traca atronadora. Se han puesto de acuerdo para traer un surtido de cohetería. Yo he comprado bengalas que reparto entre las chicas. Cuando se nos acaban, bailamos la conga. Estamos un buen rato en la plaza hasta que mi suegro avisa:

- Vamos, entrad a cubierto, que os vais a coger un tabardillo.

La sala del merendero está calentita, lo que se agradece porque fuera el termómetro debe rondar el bajo cero. Preparamos varias cafeteras para entonar los cuerpos y repartimos bandejas con turrones y dulces para que cada cual se sirva a su gusto.

- A mí poco café, por favor, que me quita el sueño, pide Gigi.

- ¿Para qué quieres el sueño esta noche?, oigo a Mamen.

- Pues es verdad, venga, uno bien cargado para entrar en calor, ríe la santa madre.

- Yo quiero con leche, descafeinado y sacarina, dice mi cuñada.

- Anda, guapa, desatorníllate el culo y sírvete tú, responde Mamen y ganas me dan de darle un beso por el capote.

- No digas esas cosas, reprocha la cuñada, ¿qué va a pensar Gigi?

- ¿Qué quieres que piense? Que tienes un hermoso trasero con un hermoso imán pegado a la hermosa silla, dice mi amiga. Ayuda a servir el café, guapita de cara.

Esas mismas palabras dichas por mí sonarían como un disparo de ametralladora pero en boca de Mamen tienen una música dulce, como si estuvieran diciéndote un piropo. De toda la vida ha sido así. Mamen tiene un sentido práctico y directo de hacer las cosas pero una mano izquierda de la que yo carezco. Mi sentido práctico y directo me lleva a tirar por la calle de en medio y parece que yo fuera una tanqueta cuando es ella la terrorista, mucho más que yo. Mi cuñada sonríe y me mira como diciéndome: no sé cómo puedes tener estas amigas tan majas con lo borde que eres. Pero yo me desentiendo. Anda y que te zurzan, le digo con la mirada. Miro a mi chico, que se ríe en el otro extremo de la sala, le saludo con la mano y pienso que bien vale la pena cargar con esta adiposidad.

- Vamos a empezar el año pensando en positivo, me dice Mamen, a la que no se le escapa una. ¿Y si casáramos a la doncella de la torre? El sexo en la tercera edad tiene efectos muy saludables.

- Mejor pide que nos toque la primitiva, respondo.

- Está un poco difícil porque yo no juego, dice ella.

- Más fácil que colocar a la doncella de la torre, seguro, digo.

- ¿Me estoy perdiendo algo?, pregunta mi chico, que ha creído que le llamo.

- Estamos planeando una estrategia para casar a tu hermana, contesta Mamen.

- Yo me conformaba con que la espabiléis, dice él.

A mi me vale con que alguien cargue con ella para siempre jamás, pero sé que los milagros ocurren muy raramente.

Disponemos las sillas para dejar expedita la sala y echar unos bailes. Hemos conseguido un tocadiscos en buen estado, que suena mejor que el del desván, y un compact nuevecito con dos altavoces bien conectados. Tenemos discos como para montar un mercadillo. Sólo entre mi chico y yo hemos aportado 267 elepés. Roxy Music, Bruce Springsteen, Genesis, Freetwood Mac – de la colección particular suya -, todo los Beatles, pero también todo Serrat, varios de Patxi Andión y todo Nuevo Mester de Juglaría más algún EP (vinilo de cuatro canciones) del año de la pera, como uno con Aline, de Cristophe, de mi colección personal a.c. (antes del chico). Hay también pasodobles, cumbias, chachachas. Mario ha venido con dos cedés de tangos: Volver, La cumparsita, Adiós muchachos, Caminito, Cambalache, una selección de lo mejorcito. Cada cual ha traído lo que ha encontrado; necesitaríamos permanecer una semana para oírlo todo y un mes para bailarlo. Así que nos ponemos con brío.

Yo sólo bailo con mi chico, que me lleva bien, o suelto que no se nota mucho si bailas mal, que es mi caso. Pero yo tengo poco fuelle y a él le va la marcha así que, en cuanto tiene ocasión busca otro palo al que agarrarse. Y pocas oportunidades va a encontrar como ésta en la que estamos reunidas el harén al completo: las amigas de su infancia, las de la juventud, las de la edad madura y servidora.

Llevamos un buen rato de chunda-chunda cuando se me acerca Gigi.
- ¿Ponemos un tangazo?

- Ahora mismo, le digo.


Cuando acaba una rumba - ¡De Peret! – que está sonando meto el compact de Mario. Hay expectación en el ambiento, lo noto, después de la exhibición del puente anterior. A las primeras notas de La cumparsita Ignacio se pone en guardia. Se acerca a Gigi, la coge con buen estilo tanguero y salen a la pista. Mamen y Charly, Maite y Dani, Jesús y Begoña bailan también. Mi chico se sienta a mi lado. Yo observo a los santos padres. Creo apreciar que Gigi iba más suelta con Mario que con Ignacio. Bailan muy bien los dos. Ella le mira, me parece que de una manera ¿cómo diría? ¿provocadora?, algo así. Termina La cumparsita y empieza Caminito. Siguen en la pista Maite y Dani y ellos dos. Mamen se sienta a mi lado.


- La Gigi está poniendo toda la carne en el asador y el vasco aguanta la tarascada, me dice.

- ¡Qué cosas se te ocurren!, están bailando, nada más, digo yo.

Pero, es verdad, no sólo están bailando. Se están diciendo algo, lo que sea, con el baile. Maite y Dani lo dejan antes de terminar la pieza. Se quedan los vascos solos, no ya en la pista, en la sala, en el pueblo, en el mundo mundial. A mí me da rubor mirar pero no les quito ojo. Termina la música y se quedan parados. Unos segundos después, él la coge de la cintura y se hacen a un lado. Ella inclina un poco la cabeza y él le besa la frente. Observo que la Miss les sigue también con la mirada, como Mamen y yo. Hacen mutis y yo supongo que van al baño.

Pero supongo mal. Pasa el rato y no vuelven. Me desentiendo de ellos hasta que se me acerca Mamen y me hace señas de que la siga. Pasamos a la casa, sube con cuidado los primeros tramos de la escalera – porque las maderas crujen que no veas - y me dice que escuche. Estamos en plena operación espía cuando llega la Miss.

- ¿Qué pasa?, pregunta.

Noto que me suben los colores como a Heidi en la montaña. Mamen le hace señas de que pegue la oreja. Se oyen voces y susurros perfectamente identificables.

- Si es mamá… dice la Miss. ¡Con papá!

- ¿Con quién quieres que esté en semejante trance?, pregunto, mientras les hago señas de emprender la retirada.

- Es la primera vez que los oigo, aclara, impresionada.

- Estas cosas suelen hacerse discretamente, le informo.

Volvemos a la sala aturdidas aún.

- ¿Qué ha pasado?, se interesa mi chico.

- Ya te lo contaré luego.

Seguimos un rato más bailando hasta que nos va venciendo el cansancio. Alguien propone hacer una chocolatada. Nos ponemos a ello, descongelamos un paquete de churros, los freímos y nos comemos todo.

- Tus consuegros han desaparecido, me dice Mario.

- Estaban muy cansados, ten en cuenta que venían de San Sebastián, aclaro.

- Ya.

Cuando nos acostamos empieza a clarear el día. Subimos la escalera como que fuéramos a asaltar la casa, deseando ser ligeros como el aire. Juraría que sale ruido de la habitación principal pero estoy tan cansada que ni me paro. Antes de dormirnos, le doy el parte a mi chico.

- La habitación de mi padre convertida en picadero, verás cómo se entere mi hermana, finge escandalizarse.

- Hombre, picadero, no exactamente. Déjalo en nidito de amor.

- Me gusta más picadero.

Estoy medio dormida, cuando me dice al oído:

- Cuando se vayan todos podíamos trasladarnos a la habitación de mi padre, lo mismo tiene efectos prodigiosos y no lo sabemos.

Intento responderle que nosotros no necesitamos efectos especiales pero ya no estoy en condiciones de hablar: caigo catatónica.

Nos levantamos a media mañana del día 1 con intención de preparar los desayunos y organizar la comida pero nos han tomado la delantera. En la cocina desayunan mi suegro, el Heredero y la Miss, Charly y Mamen y – oh, milagro – mi cuñada. Como si no hubieran comido en tres días, sobre la mesa hay churros, tostadas, magdalenas, pastas, café, leche, zumo... Me siento entre Mamen y la Miss.
En el momento que aparecen los vascos, mi suegro está explicando al Heredero que donde hemos hecho la juerga nocturna, el merendero anejo a la casa, antaño había una era. Mamen sigue con la mirada a los santos padres.

- Habría que ver si técnicamente puede calificarse como el polvo de la era porque, sin duda, es un polvo glorioso, comenta en voz baja, pero no lo suficiente porque lo oye también mi cuñada, que se justifica:

- Es que no me ha dado tiempo a limpiar entre una fiesta y otra.

A mi chico le da la risa floja y se atraganta con el café. A mi suegro, que también ha cogigo algo al vuelo, le sale la vena diplomática y dice, con toda seriedad:

- Ya sabéis lo que pasa en estas casas viejas, que se hace polvo en cualquier sitio.

El Heredero suelta una carcajada, la Miss nos espurrea el zumo, a Mamen le da la tos, mi chico no consigue tragar el café, Ignacio trata de controlar la risa. Gigi, con expresión radiante a pesar del rubor, repite:

- Ay, por dios, ay por dios.

martes, 4 de enero de 2011

Primer tango en el pueblo

El domingo, segundo día del año 2011, me levanto pronto, me ducho tranquilamente, antes de que las hordas se despierten y haya colas en el baño, me tomo un café, me pongo un chaquetón de piel sintética, que compré en una tienda supermoderna y superpija cuando mi chico y yo éramos novios, me calzo unas botas con piel interior que ya eran viejas cuando conocieron al chaquetón, me enrollo una bufanda al cuello, busco mis guantes y, bien abrigada, salgo a la calle. Naturalmente, no hay un alma; todos duermen y, si alguien ha madrugado, se resguarda dentro de casa de la rasca que hace fuera.

Voy paseando hasta el alto de la iglesia, desde donde se divisa una planicie de muchos kilómetros cuadrados. La iglesia del pueblo debió levantarse alrededor de los siglos XI o XII, cuando la reconquista se afianzó por estas tierras. Es pequeña pero bien proporcionada y conserva una portada románica que debió conocer mejores momentos pero mantiene las proporciones y la magia de los hermanos constructores.

En ellos, en los constructores del románico, pienso cuando me siento en el poyete que recorre la fachada y me recuesto en el lienzo de piedra, protegida del viento que sopla a esas horas, fino pero helado. Contemplo, una vez más, los canecillos bajo el alero, piadosos y provocadores a un tiempo. ¡Qué hermosos legados nos dejaron estos sabios anónimos! ¡Qué profundos conocimientos debían tener sobre arquitectura, sobre astronomía, sobre filosofía! ¿Qué pensarían del mundo que les tocó vivir cuando esculpían esas piezas que yo contemplo ahora? ¿Qué esperarían del año 1011 los habitantes de estas tierras?

Me he escapado antes de que la casa se despierte porque necesito un rato para mí sola. Porque quiero ser consciente de lo que tengo, de lo que vivo, de lo que me rodea, de los privilegios que poseo sin mérito mayor que quien carece de todo eso que yo recibo gratuitamente. Me he escapado porque quiero disfrutar de un rato de silencio y soledad para pensar tranquilamente. Para saborear este momento de felicidad plena que estoy viviendo y archivarlo en la memoria para poderlo recuperar cuando sólo sea un recuerdo del pasado. Soy feliz, me repito, feliz, feliz, feliz. No se te olvide, nena, estos momentos son breves y fugaces. Disfrútalos y guárdalos bien guardados.

Quisiera preguntar a los sabios constructores del románico. ¿Cómo puedo devolver tanto como me ha regalado la vida? Miro el rostro sonriente de un canecillo que me mira ahí arriba y pienso que es la misma expresión que debo de tener bajo el pellejo sintético y la bufanda. Cuando bajo la mirada mi chico está frente a mí.

- ¿Cómo has sabido dónde estaba?

- Descartado el Corte Inglés…bromea. A lo mejor es porque te conozco un poco, ¿no?

- Me he despertado pronto y no he querido molestarte, me justifico.

- Están todos durmiendo, esos no dan el ombligo hasta mediodía, dice.

- A mí me duele el estómago de tanto comer y de tanto reirme.

- ¿Adonde quieres que vayamos?, propone, repentinamente.

- En cuanto acaben de desfilar todos, a nuestra casa a descansar, respondo sin pensarlo dos veces.

- No ahora sino el próximo fin de año, responde. Yo ya no estoy para una juerga así al año.

- Creía que te habías divertido.

- Mucho, lo he pasado muy bien, pero la próxima Nochevieja nos vamos tú y yo solos a cualquier lugar perdido en el mapa, y no decimos a nadie dónde estamos, ¿te parece?, me dice cogiéndome las manos para calentármelas.

- Lo que tú digas, respondo.

Se sienta a mi lado y hace ademán de cerrarme el chaquetón para protegerme del frío. Pasa la mano por la calva que tiene la piel desde hace años. En silencio, los dos recordamos. Una madrugada de invierno, salíamos de El Pintor, un bar en el que echábamos la espuela en aquella época, y a Roberto se le escapó una brizna encendida del cigarrillo que prendió en la fibra sintética del chaquetón y dejó esa calva en la piel.

- ¿Cuánto tiempo ha pasado?, oigo a mi chico.

- Más de veinte años, ya han pasado más de veinte años de casi todo, contesto.

Roberto era un amigo común de mi chico y mío antes de que nosotros pensáramos el uno en el otro. Un tipo grandón y cariñoso, inteligente e ingenuo. Se autoerigió en el ángel protector de nuestra relación y pasó a ser ese hermano pequeño que ninguno de los dos teníamos. Era divertido e incansable, capaz de cualquier estratagema por seguir la fiesta. Únicamente nos dio un disgusto: el día que apareció muerto en su casa, sólo frente al televisor. Se le ha roto el corazón, dijo el médico. Y debía ser verdad, de grande que lo tenía.

El recuerdo de Roberto me hace un nudo en la garganta que se deshace en un llanto tranquilo. Cuando termino de limpiarme las lágrimas distingo a lo lejos una pareja que se dirige adonde estamos.

- Creo que son los chicos.

Efectivamente, suben la cuesta agarraditos los dos, como cantara Maria Dolores Pradera, sin percatarse que los estamos observando. Cuando culminan la subida nos descubren.

- ¿Qué hacéis aquí a estas horas?, pregunta el Heredero.

- Tomar un rato la fresca, respondo.

La Miss me mira a los ojos, todavía húmedos, se sienta a mi lado y me pregunta:

- ¿Estás bien?

- Muy bien, muy contenta y muy feliz de veros a vosotros y de estar todos juntos. Estaría mucho mejor si no hubiera comido tanto y si hubiera bebido un poco menos, pero, salvo ese detalle, estoy bien, respondo.

El Heredero se sienta al lado de mi chico.

- Estás hecho un jabato, macho, qué aguante tenéis los de este pueblo.

- Lo da el clima, explica el jabato, aquí el que ha sobrevivido a estos hielos y no ha perecido con la solanera del verano, si ha superado la adolescencia, luego está preparado para resistir un bombardeo.

- Ha sido muy emocionante, murmura la Miss, el mejor fin de año de mi vida.

- Y creo que uno de los mejores de tu madre, añade el Heredero, mientras nos reímos los cuatro.

- No quiero ni pensar en las consecuencias de esa metamorfosis, añade la Miss, con cierta perplejidad.

En realidad, Gigi ya había dado muestras de cierta disposición de ánimo durante el largo fin de semana de la inmaculada constitución. Mientras la mayoría de nosotros apreciábamos el cansancio de las sucesivas meriendas y chuletadas trufadas de sesiones de cante y bailes variados, ella se había ido creciendo y entrando en materia. Me di cuenta de que algo estaba cambiando la mañana que se presentó en la cocina a desayunar con su melena al aire, el pelo recogido apenas con dos peinetas de concha, a juego con varias pulseras y unos pendientes, todo de carey legítimo.

- ¡Qué bonitas!, mi cuñada le alaba los adornos.

- Me las compró Ignacio en un viaje que hizo a Cuba hace dos o tres años, aclara la alabada.

- Te advierto que la tortuga carey es una especia protegida, dice mi chico, que es un aficionado a los documentales de La 2 y tiene localizadas todas las especies animales.

- Ay, pues ya lo siento, no lo sabía, lamenta la santa madre.

- Por esta vez pase, pero que no se repita, mi chico finge enfado, mientras le pasa el brazo por el hombro, amigablemente.

- Bueno, pues échale la bronca a Ignacio que es quien las compró, contesta Gigi, siguiendo la broma.

- Se lo perdonaremos por lo guapa que estás, la piropea.

- ¿Tú crees?, dice ella con ingenuidad no sé si genuina o fingida.

- Lo creo yo y el papa de Roma, chata, responde mi chico, muy sinceramente.

Como el florilegio se prolonga, y tenemos la percepción de que los santos padres vascos son un pelín estirados, protocolarios y muy comm’il faut, me siento en la obligación de explicar a la Miss, por lo bajinis, que mi chico es así, cariñoso y próximo con todo el mundo, incluidas las amigas, no vaya a ser que la santa madre se nos moleste o llegue Ignacio, encuentre a mi chico medio abrazado a Gigi y le dé un algo al vasco.

- Déjala a la pobre que disfrute un rato, si hace años que no se ve en otra parecida, me responde la Miss al oído.

- ¿En cuál otra?, pregunto yo, sin entender a qué se refiere.

- Una mano de hombre encima, responde la hija con toda naturalidad.

- Nena, pordios, ¿qué dices?, digo, alarmada.

- Lo que has oído exactamente.

- Oye, que mi chico a los efectos no es un hombre, es un consuegro, digo por decir algo, mientras noto que mi disco duro interno empieza a hacer brrrruuummm, brrruuummm a todo meter.

- ¿A ti qué más te da? Déjala, mujer, si tú lo tienes seguro, dice, con la misma naturalidad que si estuviera hablando del tiempo.

Digo que voy a lavarme las manos y la Miss me sigue al baño. Mamen observa la maniobra y viene detrás.

- ¿Y tu padre?, pregunto yo, que a veces soy medio tonta, tiene razón Mamen.

- Ingeniero de caminos, canales y puertas, responde sarcástica. Se las ingenia para abrirse de vez en cuando y se sabe todos los procedimientos para dar puerta a mi madre y largarse él solito por tierra, mar y aire. Sin mencionar a sus secretarias. Toda la vida ha tenido dos tipos: su Merche histórica, pura eficiencia, que tiene su mesa alejada del despacho de mi padre, y luego, una retahíla de go-gos que vienen a durarle una media de seis meses, un año la que más, con despacho anexo al del jefe. Mi padre es un pendón desorejado y mi madre una beata ignorante de la vida que vive confortable en la ignorancia; podría haber sido peor pero es así. ¿Qué más quieres que te cuente?

- No quiero que me cuentes nada, hija, prefiero no saber esas cosas, le digo con el corazón en la mano, metafóricamente, porque noto cómo el pecho me hace toc, toc, toc, de la impresión.

- ¡Vaya película!, dice Mamen cuando consigue reponerse de la confidencia. ¿Y tú no podrías hacer algo para sacarla de ese mundo suyo?

- ¿Qué quieres que le diga? ¿Qué los niños ya no vienen de París?, contesta la nuera en ciernes.

Yo me he quedado muda y mira que no es fácil. Mamen no abre la boca, lo cual raya en lo paranormal.

- Así que, anda, déjala que disfrute un poco con tu chico, concluye la Miss.

Salgo disparada del baño. Cuando llego a la cocina están todos desayunando. Gigi y mi cuñada hablan de las joyas de la princesa Leticia y de una tiara que le ha regalado el príncipe de Asturias. Mi suegro explica a Ignacio que antaño cultivaba en un huerto garbanzos y lentejas para el consumo de la casa, Charly intenta conectarse a internet en su portátil y mi chico prepara la segunda cafetera. Me acerco y me pongo de puntillas para darle un beso en el cogote. Me devuelve una sonrisa.

- ¿Dónde os habíais metido?

- En el baño, dándonos un retoque, digo.

- Pues venga, a desayunar todo el mundo, no se nos vaya a hacer tarde para comer, ordena.

Yo miro disimuladamente a Gigi - y corroboro la impresión inicial de que hoy está más guapa – y a Ignacio, que luce poderoso como siempre. Los hay cabritos, pienso.

- Las hay tontas, pero tontas de verdad, murmura Mamen mientras me pasa una tostada. Y no sé a quién de las dos expertas en joyería real se refiere.

Hemos quedado con los amigos del pueblo para tomar café en el merendero de mi suegro. Convenimos en comer cada cual en su casa algo ligero, que nos permita hacer la digestión de lo que llevamos engullido en los días anteriores. A las cuatro aparecen Maite y Dani con botellas de coñac y una caja de pastas de manteca. Les pisan los talones Begoña y Jesús con más pastas y whisky. Así, hasta que la sala se va llenando. Vitorchu y la mujer traen turrones de Bilbao.

Alguien ha venido con un juego de dardos. Los hombres se retan entre ellos, todos son campeones en potencia. Mi cuñada está echando su siesta sagrada. Gigi se sienta entre la Miss y Mamen. A mí me da rubor mirarla por si me lee el pensamiento. Finjo que sigo las incidencias de los dardos.

- Ignacio tiene muy buena puntería, dice Gigi.

- A ver si tienes un Cupido y no lo sabes, oigo decir a Mamen.

- Eso para estos jóvenes, responde Gigi, señalando al Heredero, que le dice algo al oído a la Miss, muy sonrientes ambos. Yo soy un poco mayor para esas cosas.

- ¿Para qué cosas?, se lanza Mamen y yo noto que me flojean las piernas. Ya verás cómo nos metemos en un jardín a lo tonto, pienso. Trato de hacerle señas de que lo deje pero mi amiga no se digna mirarme.

- Para las cosas del corazón, contesta Gigi.

- Yo no me refería al corazón exactamente, Mamen va suelta.

- ¿A qué te referías?

- Podíamos poner música, corto el diálogo porque quiero que el fin de semana siga por los cauces cordiales (de cordialidad y del corazón).

Las tres nos aplicamos a poner en marcha el compact disc que está abandonado en un rincón y a elegir música no estridente. Finalmente, conseguimos que el artefacto suene. He puesto los grandes éxitos de Charles Aznavour.

- Ay, cómo me gustaba Charles cuando yo era joven, dice Gigi, entusiasmada.

- Y a mí, decimos al alimón Mamen y yo.

Apaga la luz - se oye de repente - yo te haré saber … y con frenesí, loco de emoción, voy a hacer de ti mi mejor canción, resuena en la sala. Los chicos de los dardos se vuelven, sorprendidos, mientras Aznavour canta: apaga la luz, solo yo y túuuuuuu…

- ¿De dónde ha salido esa música?, dice Ignacio.

- De mi colección personal e intransferible, le miro, retadora.

- La conozco mejor, me responde.

- Y yo, pero eso es lo que hay de momento, insisto.

- Con esa musiquilla nos dormimos, tercia mi chico. Terminamos la partida y buscamos en el desván, seguro que hay más discos.

Media hora después hemos recopilado discos y cedés como para completar un programa de peticiones del oyente de varias horas. Cada cual solicita lo que le gusta, ganan Elvis y Pink Floid, pero las chicas nos empeñamos en Aznavour y Luis Eduardo Aute. Mamen ha encontrado un LP de Nuevo Mester de Juglaría y se afana en buscar un pick up.

- Hubo un tiempo en que ésta y yo no nos perdíamos un recital suyo, explica a Gigi sobre el grupo de folk.

- En el palomar hay un tocadiscos, asegura mi chico, y creo que en el desván hay otro.

Rebuscamos en el desván hasta que lo encontramos. Lo enchufamos y funciona.

- Hay que seguir un orden, dice mi chico, templando gaitas como siempre, cuando hayamos oído la primera tanda de cedés ponemos el tocadiscos.

- Yo soy la mujer del dueño ¿tengo alguna preferencia?, alego.

- Sí, estás la primera en mi lista para bailar un twist, me dice.

Efectivamente, despejamos la sala y nos ponemos a bailar. Mi chico es un bailón pero yo soy una sosa, aunque le pongo interés. Nos bailamos el twist como si tuviéramos veinte años – más o menos -. Luego, Mamen, que es la bailonga auténtica, se marca un rock and roll con mi chico mientras a mí se me cae la baba mirándole. En el siguiente twist, Ignacio saca a bailar a Mamen. Lo bordan. Mi chico baila con Gigi, que se mueve muy, pero que muy bien.

- A mí me gustan los tangos, pide Gigi, cuando vuelve de la pista.

- No lo trabajamos mucho, pero voy a ver, le digo.

Encontramos una selección de Frank Purcell. Madrededios, ¿De cuándo serán estos discos?, pienso.

- Esos son míos, viene a aclarar mi cuñada, que se tiene muy trabajado el concepto de la propiedad privada.

- Pues, hale, sal a bailar, le reto. Pero ella no se mueve.

Cuando por fin suena el tango, Mario dice que él ha aprendido a bailarlo en Buenos Aires y que nos va a hacer una demostración que vamos a saber lo que es bueno.

- A ver, una voluntaria que me haga el honor de acompañarme, solicita.

Yo me atornillo el trasero al asiento, sospecho que va a salir Mamen pero, ante mi sorpresa, veo que Gigi se levanta y se va hacia Mario.

- Acepto con mucho gusto.

Miro a Ignacio y creo percibir un gesto de sorpresa, que disimula. En eso se nota también que estos chicos son de buena cuna, que es difícil saber lo que piensan realmente.

Mario agarra a Gigi tal que así y, te lo aseguro, se marcan un tangazo arrabalero que nos deja a todos mudos y paralizados de admiración. Ahora sé de dónde ha sacado las piernas esta criatura, pienso, mirando a la Miss, que sigue el baile de su madre con la boca abierta. El Heredero tiene una media sonrisilla un poco zorrera. Cuando se percata de que le miro, me guiña un ojo.

- Joder, con la santa madre, murmura Mamen.

Cuando terminan aplaudimos como posesos. Incluso Ignacio. Gigi se acerca a nosotras y pregunta, en su ingenuidad:

- ¿Qué tal?

- No he visto una cosa así en mi vida, respondo, sincera.

- Qué amable eres, dice ella.

- De amable nada, la pura verdad, insisto.

- ¿Dónde has aprendido tú a bailar ese tango?, interroga Mamen.

- Una tata francesa que tuve de pequeña me enseñó a bailar tango y cancán. Hacía años que no lo bailaba pero debe ser como andar en bici que nunca se olvida, nos cuenta.

- El cancán para el próximo día, le anima Mamen.

Y entonces alguien propone que en Nochevieja montemos un guateque formal. Con música de nuestros años mozos. Mario se acerca a Gigi.

- Si me permites, nosotros repetimos el tango.

Ignacio, muy campechano, muy jovial, simpatiquísimo, con un aire así a lo Bertín Osborne, se adelanta y le responde:

- El primer tango se lo tengo solicitado yo, ¿verdad, cariño?, autoafirma con la santa madre.

Gigi responde que naturalmente.