viernes, 15 de abril de 2011

El carruaje

Cada día que pasa lo tacho en el calendario. Uno menos, me digo. Uno menos para recuperar mi vida, normal y corrientita, pero MIA. Un día menos para soportar este programa acelerado que me tienen organizado entre unas y otras. Un día menos para recuperar MIS fines de semana. Para levantarme cuando quiera, hacer lo que me apetezca y seguir así hasta el lunes por la mañana.

- Aprovechando que hace tan bueno, podíamos ir al pueblo, propuso Mamen el pasado finde.

Aceptamos y la propuesta corrió como la pólvora. El viernes por la tarde nos juntamos allí una tropa. Los novios, que siguen en plan aquí me lo den todo hecho. Los papás de la nena, que están persuadidos de ser los protagonistas de la boda del año. Mamen y su Charly – que sigue sin decidirse con la raqueta –, Mo y su abadesa – que es como un aya medieval, calcadita -, mi suegro, mi cuñada, mi chico y yo. Sin contar los amigos que, casualidades de la vida, han tenido la misma idea de aprovechar el buen tiempo para ir al pueblo a pasar el fin de semana.

Llegamos a media tarde, con el sol aún alto. El campo aparece verde, como recién lavado y tendido para deleite de los ojos.

Mi chico, empero, tiene una perspectiva distinta.

- A poco que llueva en mayo, éste va a ser un buen año de cereal, explica al Heredero.

- Podíamos dar una vuelta a ver cómo van las huertas, propone éste.

- ¿Qué huertas?, pregunto.

- Las que vamos a poner, responde mi chico, rápidamente.

En efecto, “las huertas que vamos a poner” están ya bastante puestas. En este tiempo, alguien – y no parece que sean los ángeles de San Isidro – se ha encargado de desbrozar el terreno, ararlo y prepararlo para la siembra o la plantación, o lo que haya que hacer allí, que no estoy muy puesta en la materia. Tampoco pregunto mucho porque hay cosas que prefiero no saber. Pero, incluso para una hortelana indocumentada como yo, está claro que los chicos de la panda + la Miss, que también anda en el ajo, han metido prisa al proyecto, como ellos lo llaman.

- Ya hemos encargado los semilleros y los plantones, los mandarán la próxima semana, oigo a la Miss.

Es la confabulación judeo-masónica-hortícola, allá ellos, me digo para los adentros. Ya comprobarán las delicias del agro cuando lleguen las nieves.

Ignacio y Gigi llegan exultantes, en plan rey padre y reina madre. Me parece observar algo raro en la cara de la santa madre pero no acierto a distinguir qué. Mamen, siempre atenta, lo identifica rápidamente.

- Esta se ha hecho un estiramiento de libro, me dice.

- ¿De qué libro?, pregunto yo, que a veces parezco tonta, es verdad.

Los chicos se van a las huertas y las chicas nos quedamos charlando y arreglando las habitaciones y la casa. Mo y su abadesa y los Herederos se alojan en la casa de Marcos, ya ni lo pregunto, no vayamos a tener un incidente diplomático a cuatro días de la boda.

La abadesa coge los bártulos propios y los de Mo y carga con ellos a la casa del primo, guiada por la Miss.

- Anda, guapa, descansa un rato, le dice a Mo, que te has dado la paliza de conducir.

- ¿De dónde venís?, pregunta Mamen.

- De Vitoria, dice Mo.

- Mucha paliza tampoco es que sea, está más cerca que Madrid. Juraría que la abadesa le ha mirado al bies.

- Ya no se te nota nada lo de la cara, le dice la apalizada a Gigi.

- Me dijo el doctor que en diez días habría bajado totalmente la hinchazón y es verdad. Luego nos mira a nosotras y nos explica que sí, que se ha hecho un “pequeño retoque bajo los ojos”.

- Me había salido una especie de granito en el párpado y, ya que tenía que intervenirme, me he alisado las ojeras. No quería parecer la madre más vieja de la boda, bromea.

Nadie se había percatado del granito de marras pero da igual, si te das cuenta, todas las que se hacen cirugía plástica te cuentan la misma milonga. Siempre se han visto obligadas a pasar por el quirófano por razones de salud.

- No te preocupes por eso, yo estoy dispuesta a competir con Matusalén antes que ponerme en manos de un cirujano por gusto, le digo.

Mamen y mi cuñada la observan sin disimulo.

- ¿Cuántos días has estado sin salir de casa?, pregunta mi cuñada.

- Una semana, además de los cinco días de la clínica, nos cuenta Gigi.

Tengo que cambiar de tema rápidamente antes de que mi cuñada se anime y se encargue un arreglo integral, que ella es muy fan de los profesionales de la medicina, así que propongo dar un paseo hasta la iglesia.

Mi cuñada, lo tengo muy repetido, tiene muchas y muy notables virtudes pero la principal es el don de ponerme de los nervios. Por más que trato de controlarme, es superior a mis fuerzas. Es de ideas escasas pero las que se le ocurren, siempre vienen a importunar a alguien. No existe constancia, desde que existe la escritura y el lenguaje oral, de que nunca se le haya ocurrido algo con un mínimo sentido práctico y menos aún algo que suponga un esfuerzo para ella.

Como es fan de todo lo monárquico – justo como yo – anda empeñada en hacer de la boda de la Miss y el Heredero un remedo de la que están preparando Catalina y Guillermo, los Windsor de Londres. Cada miércoles, que es cuando salen las revistas rosa, nos llama para proponernos nuevas pajaradas para la boda. Lo último es lo de la carroza. Lo hemos descartado pero no sé qué parte del no no ha entendido.

Cuando nos encaminamos a la iglesia saca el tema a colación.
- Estoy haciendo un seguimiento de la boda de Londres, empieza a contar, por si nos puede aportar ideas. He visto fotos de la carroza y me ha parecido un detalle espectacular…

(Llegamos a la altura de la plaza y nos hemos parado para escucharla. Gigi y Mo la miran aparentemente interesadas, la abadesa parece distraída, Mamen y yo ya conocemos la historia).

- ¿No os parece una buena idea para nuestra boda?, remacha. (Paso por alto el posesivo plural, que mira que es pasar, pero noto que Gigi pone cara de dudarlo y a mí que se me abren las carnes).

- Claro, es que los Windsor vienen con carroza de serie, informo, pero en nuestra familia no existe esa tradición. Ahora, si os hace mucha, mucha ilusión podemos aprovechar el tractor de tu padre, propongo.

- Qué cosas tienes, dice Gigi. Mamen y Mo se ríen, la abadesa hace rato que pasa de nosotras y da vueltas en torno al rollo del pueblo que se alza en mitad de la plaza.

- A mí no me parece mala idea tu idea, Esmeralda, dice al fin la Miss, pero creo que me hace más ilusión ir andando hasta la iglesia, seguida de las damas y los pajes llevando la cola, las arras, todo el cortejo, es más vistoso, ¿no te parece?
La Miss es tan cariñosa que mi cuñada le sonríe con la mitad de la cara. Con la otra mitad me lanza una mirada aviesa.

Cuando llegamos a la iglesia encontramos a un grupo de mujeres trabajando en los bancos, limpiando algunos y pintando otros.

- Queremos que estén como nuevos el día de la boda, nos dicen.

Begoña nos muestra un bulto aparcado en un rincón, bajo la escalera del coro.
- Hemos comprado una alfombra roja grande que llega desde la puerta al altar y la vieja la pondremos desde la escalinata hasta la puerta de la iglesia ¿Qué os parece?
Nos hemos quedado sin palabras. Menos mal que la Miss tiene recursos.

- Ay, Begoña, ya sabíamos que habíamos acertado al elegir la iglesia del pueblo para casarnos pero ¿cómo podríamos agradeceros tanto trabajo que os estáis tomando?

Begoña y el resto de mujeres están encantadas, naturalmente, pero eso no quita mérito a su trabajo. Mo sugiere algunos lugares donde colocar adornos florales. La abadesa pregunta dónde pensamos colocar al orfeón.

- Ah, ¿pero va a venir un orfeón?, pregunta Begoña, es que nosotras estamos ensayando unos cantos para ese día…

- No va a comparar con el Orfeón Donostiarra, responde la abadesa sin que nadie le hubiera dado vela en la ceremonia.

Yo también me entero en ese momento de que fuera a venir nadie a cantar. Hay un momento de duda que vuelve a resolver la Miss.

- Ni el orfeón ni la orquesta sinfónica. Si vosotras estáis ensayando nadie lo hará mejor…

Creo percibir una expresión de espanto en Gigi, Mo y la abadesa pero se nota que son gente civilizada. Las tres guardan silencio como tumbas.

Mi cuñada y Mo brujulean aún un rato por la iglesia proponiendo lugares donde colocar adornos y cintas y luces. Cuando terminan nos despedimos de la patrulla local.

Al llegar a casa encontramos a los chicos que se han preparado unas cervezas. Gigi le cuenta al padre vasco que las mujeres del pueblo están preparando su intervención estelar en la boda como si se tratara de Eurovisión.

- La niña les ha dicho que mejor ellas que el Orfeón, no sé cómo vamos a resolverlo…, le cuenta.

La Miss adopta una pose y voz de niña mimada ante su padre.
- No te imaginas cómo están dejando la iglesia de bonita, incluso han comprado una alfombra nueva, no quisiera que lo tomaran como un desaire, papi. Total, ¿qué más le da al orfeón? ¿No te parece?

El padre está en fase derretimiento absoluto, en ese punto que la niña puede pedir la luna y él la encargará a MRW.

- Bueno, le habíamos abonado ya la actuación y los gastos de traslado y alojamiento, pero lo arreglaremos, no te preocupes, de ninguna manera vamos a desairar a la gente del pueblo, naturalmente que no.

- Creo que sería una buena idea que el domingo, cuando vayáis a misa, dejaras un sobre en la bandeja para que paguen la alfombra, sugiere la Miss, con la misma vocecita de niña dulce. El Heredero la mira sonriente. El papá asiente, feliz.

- ¡Qué buena idea has tenido, hija!, corrobora Gigi.

Me veo obligada a intervenir antes de que el azúcar nos ahogue. Así que le hago la encomienda a mi suegro.

- Creo que tu hija quiere pedirte el tractor para trasladar a la novia a la iglesia.
Mi cuñada me mira con cara de asesina en serie pero su padre no ha captado el detalle y responde igual de complaciente que el padre vasco.

- Bueno, si es para eso, os lo dejo, pero después de la boda lo volvéis a dejar en la panera.

Yo ensayo la misma expresión de niña buena que he visto a la Miss y observo que mi chico se ríe para adentro.

- ¿Me echas una mano?, le digo. Nos levantamos y salimos como que fuéramos a resolver el asunto de la deuda nacional, pero nos dirigimos a dar una vuelta los dos solitos. De la casa emana un aroma a azúcar quemado.

7 comentarios:

Valdomicer dijo...

¡Ánimo, mujer, que faltan pocos días!
Piénsate lo de la carroza, que entre los gastos de traslado, los caballos y los "carrocistas", se te va más de la mitad del presupuesto. ¡Lo sabré yo!

Tita dijo...

Ay qué complicidad la de tu chico y tú!!!

Tita dijo...

Seguimiento...

Pilar Abalorios dijo...

Con lo monísimos que iban a quedar en el remolque el tractor, mecachis!!!!

Que poco falta, casi está vencido.

Besos

Anónimo dijo...

Oye pues quedaría muy original un paseo en el tractor, además en las bodas no hay que llevar algo azul ?
jajajajaja ...

¡ Besos !

Mary Limón Roe dijo...

Jopé. No va a ser en vespino, que va ser en tractor.
Esa boda no me la pierdo.

Uma dijo...

Pues que maja la miss, preferir a las señoras del pueblo estando pagado el orfeón!