martes, 14 de junio de 2011

La tornaboda

 
No se casa a un hijo gratuitamente. Y no me refiero al coste económico – que con lo que nos ha costado podíamos haber dado la vuelta al mundo mi chico y yo, como he dicho cientos de veces a lo largo de los últimos meses – el mayor coste es el afectivo.

Durante casi un mes hemos seguido dando vueltas a la boda: las fotos - las oficiales y las que han hecho los invitados - los vídeos - que ahora hasta los móviles capturan ese momento inolvidable – las anécdotas, que nos hemos contado hasta el infinito. Hemos necesitado tiempo para disipar las sensaciones que nos dejó la boda. En el pueblo, la boda por excelencia será ya la del Heredero y la Miss, más aún que la de los Príncipes de Asturias o la de los de Cambridge.

- ¡Qué bien nos lo pasamos!, me repite Mamen cada día, cuando hablamos por teléfono o si nos vemos. Hacía años que no me divertía tanto.

- ¡Qué bien ha quedado todo!, me dijo la alcaldesa del pueblo cuando recogimos aquel domingo para volver a Madrid, me repitió por teléfono cuando llamó para pedir fotos del “evento” y me ha reiterado cuando me ha visto en persona.
- ¡Qué bien que hemos podido reunirnos todas la familias!, me dijeron mis hermanos y mis primos cuando espabilaron los vapores de las bebidas y los efectos de las comidas.

También yo hacía años que no disfrutaba tanto. Fue escampar y despreocuparme. Me inquietaba que lloviera porque llevaba unos zapatos de guipur y rejilla bordada que sólo eran aptos para terreno seco. Menos mal que esta vez los huevos de las Clarisas hicieron el efecto deseado.

Las Clarisas, otras que hicieron un negocio con la boda -espero que lo reconozcan- porque, sin decirnos nada entre nosotras y por iniciativa personal, las hemos llevado sendos cartones de huevos (dos docenas y media por aportación), que yo sepa: mi cuñada, Mamen, Mo, mi madre, la santa madre vasca y yo misma. Sólo hubiera faltado que encima lloviera.

Nos salvamos por poco, pero nos salvamos. Mis zapatos quedaron impolutos, si olvidamos los pisotones normales del baile, que no fueron muchos porque habitualmente la que pisa soy yo.

Mi cuñada, cuyas habilidades conocidas son escasas, demostró tener un conocimiento profundo de la meteorología. Si abre por Borros, va a escampar. Y escampa, ya se vio. Por si fuera poco, ese día demostró un arte especial en la especialidad organización de bodas, rama novia. Si se había impuesto a la hermana Pippa como modelo estoy por afirmar que superó con creces el listón. La Miss y su vestido estuvieron en todo momento con el pliegue exacto en el lugar adecuado. La cola no llegó a rozar el suelo y hasta la niña de las arras estuvo a punto de salir disparada cuando hizo ademán de acercarse al traje con los novios ya en el altar. Va a ser verdad que el protocolo está perdiendo un efectivo singular. Terminados los fastos nupciales, no sabemos cómo mantenerla entretenida.
Nos queda el recuerdo de unos días plenamente felices y el regusto de muchas risas, mucha diversión y una emoción de esa que anida en un rincón del corazón y allí se queda para siempre.

Ah!, el poder evocador de las reuniones familiares. Te traen lo mejor y lo peor de lo vivido y hay que tomárselo con filosofía para asumir que esa de la que hablan también eres tú, aunque haya pasado medio siglo desde que ocurrió la anécdota que cuentan inevitablemente en cada reunión. Es agradable saber que te quieren a pesar de todo.

Los novios se fueron de viaje de ídem tres días después del enlace, una vez descansaditos del jolgorio que, a ellos también les duró hasta dos días después de la ceremonia.

Los chicos de ahora son más pragmáticos que mi generación y en vez de hacer lista de boda remitieron número de cuenta. Con eso, y con que no han pagado ni el agua de la Nicolasa, les ha dado para hacerse un viajecito por los Estados Unidos, desde Boston a Nueva York y Washington, pasando por Los Ángeles con excursión a las cataratas del Niágara. Un mes en total. Lo que se entiende propiamente por un viaje. (La Nicolasa es una señora de la expedición vasca que se cogió un pedal y en el baile se desmoronó cuan larga es y hubo que espabilarla a base de agua fría).

Los primeros días después de la boda los pasamos, como ya he dicho, regurgitando lo vivido, regodeándonos en nuestros sentimientos. Pero llegó un punto en que pensamos que también nosotros nos habíamos ganado un premio. Hicimos repaso de dónde nos apetecía ir y descartamos rápidamente los USA porque no era cosa de ir a darnos de bruces con los novios. Tras barajar un rato optamos por Roma. Y allí hemos pasado una semanita.

Pero ese viaje – en el que tan útil nos han sido los consejos de Pilar de Abalorios – daría para más de un post.

viernes, 13 de mayo de 2011

Pasar haciendo caminos

Cuando todo ha terminado, echo mano de Antonio Machado. Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, / pasar haciendo caminos, / caminos sobre la mar…
También la boda ha pasado. Se han terminado los preparativos, los nervios, las reuniones, las búsquedas, los encuentros, los viajes al pueblo. Ya ha pasado todo.

Como en una película, repaso las imágenes del jueves, cuando salimos de Madrid a comprobar que todo estaba a punto: la casa, la iglesia, el hotel, el restaurante, las tarjetas de distribución, la lista de las mesas… Todo en orden.

Lo hemos afrontado como si se tratara de un programa de la NASA, con rigor y disciplina: distribuir a los invitados de manera que todos se puedan encontrar cómodos, que no haya roces, que los mayores estén con los mayores y los jóvenes con los jóvenes, que los amigos y parientes de la novia no se empotren con los del novio. Que cada cual tenga un sitio relevante, que nadie se sienta postergado.

El viernes nos levantamos pronto para recibir a los familiares e invitados, que empiezan a venir pronto. Mi chico les había hecho un itinerario con mucho grafismo, muy atinadamente porque ninguno se pierde. Comemos ligerito porque todos tenemos que prepararnos concienzudamente.

El día ha amanecido nublado y a medida que va pasando la mañana se pone más oscuro. A las 3, llueve con ganas. A las 4 no ha escampado. La boda es a las 6. A las 5, mi cuñada sale a la calle, mira al horizonte y asegura que en un cuarto de hora va a escampar porque ha visto que por Borros viene claro. Efectivamente, cuando a las 5,30 nos disponemos a hacer el camino a la iglesia el cielo está azul, la atmósfera limpia y la temperatura es casi veraniega. Quedan cuatro charcos, que sorteamos con habilidad.

Antes de salir, el Heredero ha hablado con la Miss para coordinar su llegada, en la medida de lo posible, sin excesiva demora. Los vecinos nos esperan, agrupados en torno a la iglesia, todos bien trajeados. Hay un aire festivo en el pueblo.

No sé de qué habrán hablado los novios porque llevamos media hora esperando y la Miss no aparece. El Heredero carraspea de vez en cuando, como para aclararse la voz, pero permanece silencioso. Finalmente, aparece la comitiva de la novia. Suben la escalinata majestuosamente. La Miss está guapa, guapa, guapísima de verdad. Al Heredero se le cae la baba.

Porta las arras una niña rubita, vestida para la ocasión. Es la hija de una amiga, a la que la Miss quiere mucho. La niña se pone a jugar con la bandejita de las arras y éstas ruedan por el suelo. Finalmente, su madre le quita la bandeja y las monedas y me las da. Entonces, la niña nos hace una demostración de todo lo que se sabe: baila, canta, corre de un banco a otro, coge una flor de las que adornan los bancos, se la pone en el pelo… Decididamente, la niña va para actriz. O antisistema.
El ir y venir de la pequeña nos alivia la intensidad del momento, la emoción que a mí me ata la garganta.

¡Cuántas veces he pensado en este momento! ¿Cómo resolveremos estas celebraciones?, me preguntaba cuando nos separamos el ex y yo. Porque un divorcio no concierne sólo a la pareja –aunque debiera- sino a la familia, a los amigos, que se siente impelidos a tomar partido por uno o por otro. Mi familia dejó de hablarse con la del ex, algunos amigos comunes se distanciaron de mí y otros de él, añadiendo pérdida al quebranto principal.

En esta ocasión la vida ha jugado por su cuenta y el ex ha decidido desaparecer evitándome a mí el trance de tenerlo que ver y a mi familia la disyuntiva de saludarlo o ignorarle. No me parece que el Heredero esté muy afectado, así que miel sobre hojuelas, que diría mi madre. La ausencia del ex y su familia ha sido ocupada con mucha naturalidad por mi chico y la suya.

El cura les dirige un speech muy sentido que me pone de nuevo al borde de las lágrimas. Se dirige a los santos padres vascos y a mi chico y a mí, con nuestros propios nombres, a los novios, naturalmente, en un sermón muy cercano, nada ceremonioso. Me costó no llorar pero lo conseguí. Intenté sobreponerme a la emoción porque si hubiera consentido una lágrima, la primera, el resto hubiera caído como un torrente, se me hubiera corrido el rímel y habría acabado pareciéndome a la abuela de caperucita, que no es el caso.

A medida que va avanzando el tiempo me invade una serenidad y una placidez insospechada. Noto en el cogote la mirada y el apoyo de mi chico, que está tan emocionado como yo. Noto la presencia de mi familia, que se han desplazado de media España.

La ceremonia resulta de una sencilla solemnidad. Las mujeres, y algunos hombres, cantan las canciones litúrgicas con mucho empeño. Recuerdo al orfeón ausente y me digo que la ausencia es una decisión acertada porque, aunque la calidad musical es incomparable, de haber asistido no habrían cabido la mitad de invitados.

La aparición de los recién casados es saludada con disparo de cohetes. Todo el pueblo está en la explanada de la iglesia. Nos dirigimos a la plaza, donde se sirve un cóctel, muy bien organizado por el equipo de Mo, perfectamente secundados por una cuadrilla de voluntarios del pueblo. Mi chico está exultante. Mi suegro se interesa porque no falte el vino de su bodega, al que hacen los honores invitados y aborígenes.

Ponen la nota musical dos dulzainas y un tamboril. Recuerdo a mi abuela que usaba el dicho “como tamboril de boda”, para expresar lo que era necesario y también cuando alguien estaba siempre por medio. “Ya está aquí la Coletas, como tamboril de boda”, repetía. La Coletas era yo.

- Ya has casado al hijo, me dicen en el pueblo, como si me leyeran la buenaventura.

- No tengo yo la sensación de haberLO casado. Se ha casado él solito, respondo, por decir algo.

- Ya le tienes recogido, me dice Isidora, con todo candor. Lo que hubiera disfrutado tu suegra, de haber vivido, añade, y me obliga a desatar el nudo en la garganta por enésima vez en el día.

Los novios van de grupo en grupo, saludando a unos y otros.

Cuando se pone el sol emprendemos la marcha al restaurante, donde nos espera la plana mayor del estado noble vascón, con los santos padres al frente. A estas alturas del día creo haber cumplido con mi deber de madre y madrina y paso de tener que contemplar a los consuegros. Que cada palo aguante su vela.

Para mi familia y la de mi chico y para nuestros amigos ésta es una fiesta para disfrutar y pasárnoslo bien. A ello nos aplicamos a placer. La cena, muy bien, excesiva, como todo en las bodas, pero bien. (Con lo que sobró del menú podría comer el pueblo entero dos días).

Y, tras la cena, baile. A esas alturas, estoy totalmente liberada de responsabilidades así que, para no extenderme, diré que me bailé hasta la música del móvil. Aún así, me ganó mi chico que bailó hasta con la niña de las arras.

viernes, 6 de mayo de 2011

Memorial de agravios

Cuando nuestros amigos se van trato de conciliar el sueño pero estoy totalmente desvelada. Al cabo de un rato, noto que mi chico duerme porque resopla plácidamente. Y me pongo a darle vueltas a la cabeza. Pienso en la boda, repaso lo que me compete y llego a la conclusión de que tengo todo organizado. Reviso mentalmente la relación de invitados y me alegro de la oportunidad de encontrarme con familiares y amigos a los que hace tiempo que no veo.

Y, aunque trato de evitar pensar en ellos, acabo volviendo a los santos padres vascos. Tiene razón mi chico. Lo mejor es no darse por aludidos. Eso no impide que, puesto que nadie me oye ni me lleva la contraria, aproveche para hacer una lista con los improperios que les dirigiría de buena gana:

- Atontaos

- Estreñidos

- Malfollá

- Meapilas

- Pandapijos

Se me ocurren muchos más pero, en vez de contar ovejas, me dedico a ponerlos por orden alfabético. En eso se entretiene mi chico cuando no puede dormir. Busca palabras que sólo tengan la vocal a -como almadraba- o sólo e - como bereber – y así hasta que se duerme.

Pero yo no consigo dormirme. Por eso sigo dándole vueltas al coco. Se me ocurren unas diez maneras de dar en los morros a los consuegros. Por idiotas. Cuando empiezo a desbarrar me doy cuenta de que a ese paso no sólo no me voy a dormir sino que me voy a poner de mal humor y mañana tendré ojeras. Que es lo que me faltaba al lado de las dos estheticien victims que me acompañan.

Mi chico sigue resoplando plácidamente y yo totalmente espabilada. Doy otra vuelta a los consuegros. Mira que irnos a tocar estos… Con la cantidad de novias que ha tenido el Heredero para al final ir a caer con éstos. Y entonces, me acuerdo de la boda de Ricardo, el hijo de mi amiga Carmela, con Chelo.

A Carmela la llamamos la Coronela. No a sus espaldas, a la cara. Carmela, la Coronela. Por dos motivos: porque es viuda de un coronel y porque lleva un militar incrustado en el adn. Carmela es buena persona, tiene buen corazón, buenos sentimientos, con una condición: siempre tiene razón. El mundo entero, la vida, la suya y la de los demás, están sujetas a unas reglas precisas e inmutables de las que únicamente ella tiene las claves. Argumenta que la milicia fija normas y delimita pautas de comportamiento que, si fueran seguidas sin abdicaciones, propiciarían un desarrollo armónico del universo. Del universo suyo, con toda certeza.

Da lo mismo que argumentes que ese es un criterio que puede ser válido para ella pero que no tiene por qué ser aceptado de forma acrítica. Ella te escucha atenta y educadamente, te permite argumentar y, cuando has terminado, te dice que con esa teoría tuya el mundo está abocado al caos absoluto.

Carmela tiene a gala su alta estirpe aunque en la realidad procede de una familia de clase media. Con ínfulas, pero burguesía de medio pelo. Hija y nieta de militares, no profesó en la milicia porque en su juventud ese era un terreno vedado a las mujeres pero, a cambio, casó con un militar con un espíritu infinitamente más civil que ella.

Enviudó del coronel poco después de cumplir 40 años. A sus tres hijos, dos chicos y una chica, les ha inculcado el espíritu militar con desigual resultado. Sólo la hija ha heredado las ínfulas marciales. Los chicos son de carácter afable, tolerantes y escasamente belicosos.

Ricardo es el menor. Era tan pequeño cuando murió el padre que quizá por eso es el más consentido. Le recuerdo más novias aún que al Heredero. Pero un día, de repente, se ennovió con una chica menudita, rubia y muy mona y en cuatro días dijeron que se casaban.

Chelo, la novia, es la menor de nueve hermanos. Su padre es un empresario, ya retirado, que hizo su fortuna –al parecer cuantiosa- con la compraventa de ganado. Vivió los años prósperos del mercado porcino. Él no oculta este dato, muy al contrario, se ufana de ello y lo cuenta como si fuera su segundo apellido. Sigue haciendo alarde de conocimiento del género y, a poco que te descuides, te explicará el símil entre el comportamiento animal y su correspondencia con la conducta humana. Lo que podríamos considerar un etólogo avant la lettre para Carmela no es más que un vulgar tratante.

Muy vulgar, a su manera de ver. Para señalar esta vulgaridad la Coronela señala dos ejemplos: el tratante lleva siempre un fajo de billetes en el bolsillo del pantalón, debidamente sujetos por una goma -20 o 30.000 euros, aclara- y en navidad tiene por norma comer angulas que compra por kilos.

Cuando nos lo cuenta yo respondo que, con arreglo a esos parámetros, mi familia siempre ha sido finísima, pero jamás ha captado la ironía. Ella está persuadida de que corroboro su criterio.

Como en la boda que estamos a punto de celebrar, en la de Ricardo y Chelo acordaron que los hombres vestirían de chaqué. También el tratante, que es un hombre orondo y barrigudo, de cabeza grande, cuello corto y rostro coloradote. Además, era el padrino.

Huelga decir que Carmela puso objeciones sin cuento a aquél emparejamiento, que consideraba desigual, en detrimento de su hijo. Consideraba un desdoro que Ricardo se casara con la hija de un tratante. Pero se casaron. Y el día de la boda, la Coronela que era la madrina, al ver entrar en la iglesia a la novia del brazo de su padre, comentó sin recato aquello de aunque la mona se vista de seda, mona se queda y quien es un patán por mucho chaqué que se calce sigue siendo patán.

Como suele ocurrir, algún alma caritativa le fue con el cuento a Chelo que montó un pollo singular. Pero en vez de montárselo directamente a su suegra, se lo montó al pobre Ricardo quien, en vez de reconocer ante su ya mujer que su madre se había excedido, sacó a relucir un espíritu caballeresco trasnochado y defendió a la Coronela por encima de la lógica. El resultado fue una bronca descomunal que retrasó en dos días el inicio del viaje de novios y estuvo a punto de dar al traste con él definitivamente.

Cuando volvieron, la Coronela seguía allí. Y no hubo modo de arreglar los entuertos que ella organizaba. No pudieron, no supieron o no quisieron deslindar los terrenos y tres años más tarde se divorciaban. Quizá es verdad que tuvieran pocas afinidades pero no tuvieron oportunidad de comprobarlo, obligados a enfrentarse, capuletos y montescos de vía estrecha.

No, yo no voy a repetir la actuación de Carmela. Me digo que los santos padres son como si a la Miss le hubiera salido una verruga en el bigote: desmerece el conjunto pero sigue siendo suya. Mala suerte. Pero si el Heredero la ha elegido, pues aménjesús.

Lentamente, noto que me llega el sueño.

jueves, 5 de mayo de 2011

Huracán Charly

- Creo que la hemos pifiado con los vascos, le digo a mi chico cuando por fin nos quedamos solos en la habitación, pero tú has estado soberbio. Estaba a punto de lanzarme a por Ignacio cuando le has dado el sopapo.

- No le he dado ningún sopapo, le he dicho cómo pensamos nosotros para que vayan conociéndonos, responde, que ya tengo dicho que este chico es de los que parece que no rompen un plato. Luego, que cada cual obre como crea conveniente.

- Pero no me dirás que no iba con mala leche lo de que nosotros somos muy abiertos, le ha faltado decir que vaya donde ha ido a caer su niña, insisto yo.

- Anda, déjalo y no le des más vueltas. Los chicos se casan en cuatro días y lo que tenemos que hacer es procurar que todo esté bien y disfrutar lo que podamos…

Ahí andábamos cuando suenan unos golpecillos en la puerta de nuestra habitación. Son Mamen y Charly. Ella me parece ligeramente congestionada, como si acabara de tener un parlez-vous; él parece un perrillo apaleado.

- Joer, la que me acaba de caer, me dice nada más entrar. Aquí, tu amiga quiere que duerma en el corral.

- Si no queda más remedio, puedes ir tranquilo que estarás bajo techado y hace años que no hay gallinas ni cerdos, le explica mi chico, muy técnicamente.

- ¿Al corral? Es que estoy por mandarle a Madrid directamente, dice Mamen, efectivamente, hecha un basilisco. ¿Cómo se puede ser así de bocazas? Y además, ¿a él quién le ha dado vela en este entierro?

- Yo creí que era una boda, no un entierro… Charly trata de hacer una broma pero no encuentra el ambiente adecuado. Bocazas, dice, ¿cómo iba a imaginarme yo que los suegros creían que su niña era…?, trata de seguir.

- Tú no tienes que imaginarte nada, le corta Mamen, si no estuvieras tan abstraído con tus raquetas y tus cosas te habrías dado cuenta de que los vascos son unos meapilas, ella una tonta del culo que aún cree que los niños vienen de París y él un cacique que se tira a cualquier mujer menos a la suya...

- ¿Cómo sabéis todas esas cosas?, pregunta el pobre Charly, medio alucinado.

Estoy a punto de responder que lo sabemos porque no jugamos al tenis pero opto por callarme para no caldear más el ambiente.
- Porque tenemos los ojos abiertos y no vamos por la vida con orejeras como otros, se me adelanta Mamen a quien, dicho sea de paso, en la vida la he visto así. ¿Por qué crees que los llamamos los santos padres vascos?, insiste mi amiga, porque mean agua bendita ¿Tampoco te has dado cuenta de eso?

- Pues no, responde Charly, ya totalmente perdido. ¿De verdad mean agua bendita?

A mí me da la risa, no puedo remediarlo. Mamen se encara conmigo.
- Anda, maja, que ya te vale, no sé lo que ves de gracioso en que éste se vaya de la lengua cuando están a punto de casarse y en que tu consuegro diga que somos una panda de salidos…

- Vale, chata, tranquilízate que tampoco es para tanto, tercia mi chico. En primer lugar, el consuegro no ha dicho eso…

- Pero lo piensa, le interrumpe Mamen, cosa rara.

- Pues que piense lo que quiera de la misma manera que nosotros pensamos lo que nos parece. Y en cuanto a la información que le ha proporcionado Charly, sigue mi chico, con cuidado exquisito al utilizar los términos, es asunto que concierne a la Miss y a sus padres. Ellos sabrán como gestionarla porque todos son mayores de edad.

- ¡Qué trago!, suspira Mamen, un poco más tranquila. Charly no abre la boca.

- Que no se diga, que una chica como tú se altera por una tontería como esa y menos aún que lo tomes con el pobre Charly, insiste mi chico.

- De pobre, nada. Contenta me tiene éste.

- ¡Ah! ¿No eres pobre? ¿Te ha ido bien la bolsa?, pregunto yo por quitar hierro al asunto. Pero Charly sigue mudo.

- Tú no te pongas ahora graciosa que te he visto como le arañabas con la mirada a Ignacio, se enfrenta conmigo.

- Y tú no te pongas estupenda que no tienes que cargar con él de por vida, peor lo tiene el Heredero que va a tener unos suegros agilipollaos, contesto.

- ¿Tú crees que se casarán después de lo de esta tarde?, pregunta Mamen, temerosa.

- Seguro, respondo, a ver dónde van a encontrar un novio mejor y más aparente. Aparte de que el santo padre está encantado de tener un yerno, un machito, en la familia. No va a soltar fácilmente esa presa. Y no olvides el factor escándalo. ¿Cómo van a suspender una boda con todas las invitaciones enviadas y los regalos recibidos? ¿Qué explican? ¿Qué el novio se ha beneficiado a la novia antes de tiempo?

- Y la novia al novio, añade mi chico.

- Sí, claro, eso es verdad, Mamen va entrando en razón.

- ¡Vaya disgusto más tonto!, oigo a Charly, la voz apenas un suspiro.

- Será tonto para ti, machaca Mamen.

- Oye, por nosotros os podéis quedar el tiempo que os apetezca, incluso podemos haceros un hueco en la cama pero nosotros nos íbamos a dormir… dice mi chico.

- Sí, hombre, lo que faltaba, que crean que hacemos cama redonda, refunfuña Mamen.

- Anda, tonta, no te disgustes que se te van a caer los efectos del botox, le pincho un poco.

- No es botox, que lo sepas.

- Ya.

- Esta tía siempre tiene que tener razón, protesta mi amiga, ya recuperada del todo.

- ¿Qué me vas a decir a mí?, dice mi chico, que se ve que tiene ganas de juerga.

- O sea, que al final, todo se reduce a meterse conmigo, contraataco.

Miro a Charly, que creo que va a decir algo pero, finalmente, se lo piensa y sigue callado.

- Anda, vamos, le dice Mamen, que tú y yo tenemos que hablar.

Charly y mi chico cruzan miradas de complicidad – la que te espera, viene a decir – pero todos sabemos que la tempestad ha pasado. Al menos en este lado.

martes, 3 de mayo de 2011

Sismo escala 9

No quiero hacer la prueba para no tener un conflicto con la DGT pero estoy convencida de que si ahora mismo le damos las instrucciones oportunas al coche sería capaz de dirigirse él solito y presentarse en el pueblo de mi chico sin mayores dificultades. Tiene que tener grabado el itinerario en las ruedas de tantas veces como estamos haciendo el camino.

El último finde ha sido semi puente en Madrid, comunidad que conmemora y celebra el levantamiento del 2 de Mayo contra los franceses. (No, me niego esta vez a meterme en jardines de interpretaciones históricas. Estoy a punto de saturación).

Una ojeada al servicio de meteorología nos advierte con antelación de que va a llover copiosamente. Ni por esas. Nadie se desanima. Advierto que en Roma van a beatificar al Papa Woytila, ese que medio vació las arcas de la iglesia – que ya es vaciar – para financiar al sindicato polaco Solidaridad y al resto de movimientos reaccionarios para empujar el ya de por sí tambaleante Telón de Acero. Ese mismo que se embelesaba con el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, a quien ponía como modelo y espejo de virtudes aún sabiendo que el espejito de marras era un pederasta.

No es que a mí me preocupe especialmente ninguna beatificación – que no es asunto de mi negociado – pero como últimamente me rodeo de gente afín a esta materia, lo dejo caer por si a alguien se le ha pasado por alto el festejo romano y deciden apuntarse a última hora. Tampoco hay suerte.

Así que volvemos al pueblo a encontrarnos con la tropa de la boda. El enlace real londinense está recientito, como para dar ideas, y mi cuñada está exultante. Lástima que no haya termómetros de interior de cabeza como los hay para tomar la temperatura del vino porque la suya debe estar a punto de ebullición. Si te fijas detenidamente puedes ver cómo le van saliendo ideas por los ojos, por las orejas. Son ideas abstrusas, naturalmente, debido a su naturaleza misma, que se transforman en pura extravagancia después de pasar por su cerebro.

Nos ha costado sudores fríos convencerla de que la Miss no tenía por qué hacerme a mí ninguna reverencia y menos aún a su padre (Vamos, hombre, hasta ahí podíamos llegar). Hemos conseguido con no poca dificultad que descarte la idea de alquilar una carroza para que traslade a la novia de casa a la iglesia, un trayecto que ni dando vuelta por el pueblo llega a los 200 metros. En fin, nos ha puesto al borde del ataque de nervios con sus múltiples propuestas tendentes al absurdo y, cuando creíamos haber salvado los obstáculos, hete aquí que retransmiten la boda para darle más sugerencias.

El viernes, la encontramos en la puerta. Le falta el collar ese de florecitas para ofrecernos un aloha hawaiano, pero ella está igualmente eufórica. Mi cuñada, por si no lo he dicho, ya no cumple los 60, pero ella no se ha enterado, los demás no se atreven a informarle del dato y yo no quiero ser quien le dé el disgusto. En consecuencia, ella sigue comportándose como si fuera una tierna adolescente. Entrada en carnes, en arrugas y en canas, pero adolescente. O sea, totalmente irresponsable. Un ejemplar de esos que te caen en la familia y no te deja más que dos opciones: o le das en adopción o asumes que más cornadas da el hambre, que decía Espartero. Mi chico y yo andamos en esa fase.

Como no podía ser de otro modo, mi cuñada se ha encandilado con el papel que en la boda real británica desempeñó la hermana de la novia, de nombre Pipa, según he podido informarme en el Hola. Y está empeñada en ser la Pipa2. Allá ella. Yo me he limitado a advertirle que en España el protocolo impide que la dama vaya vestida de blanco, como ella pretendía (a añadir al que ya se ha comprado antes del invento). Y, luego, me he apuntado, como si fuera el lema familiar: “Ver, oir y callar” (Lo cual puede traducirse también como: Anda y que te den).

A Gigi se le ha asentado ya la cara, una vez pasados los efectos de la intervención. Y sí, se le ha quedado más tersa, le han desaparecido las arrugas pero yo juraría que se le ha puesto una expresión como de risa bobalicona. También puede ser que nunca me haya parecido muy lumbreras pero ahora, como que quedara más evidente. Estoy por decir que antes era más guapa pero puede parecer que barro para casa.

Mamen también está resplandeciente. La miro detenidamente la frente y veo que la tiene lisa como el culito de un bebé.

- ¿Qué te has hecho?, le digo antes de que se ponga a la defensiva.

- Nada, me he comprado una crema cara, me dice de primeras.

- A otro perro con ese hueso, guapa, que te conozco, contraataco.

- Me he comprado la crema y me la han inyectado, admite, por fin.

- Pero ¿tú eres tonta o es que todo se contagia?, le digo, así de golpe. Luego advierto que mi amiga es lo suficiente mayor para saber lo que hace y añado: Si tú estás guapa sin necesidad de retocarte nada ¿Qué necesidad tienes de hacerte esas cosas?

- Es que ahora me veo estupenda.

- Tú ERES estupenda, insisto. Un poco tonta por hacerte esas cosas, pero estupenda, remacho.

No se lo digo, pero pienso que menos mal que yo iré con todas mis arrugas porque hubiéramos parecido las Trillizas de Julio Iglesias.

Los días amanecen plomizos pero luego el agua se nos pone respetuosa y sólo cae cuando estamos bajo techado. Una lluvia fina en un aire templado. Una lluvia de primavera que ha puesto el campo de dulce y mantiene el pueblo como los chorros del oro.

- Hasta el tiempo se pone de vuestra parte, comenta Begoña a la Miss.

- ¿Tú crees que lloverá el viernes?, pregunta la novia.

- Según el calendario zaragozano, no. Pero si llueve, no olvides que novia mojada, novia afortunada, le anima.

El refranero español es lo que tiene: soluciones para todo y para lo contrario.

Aprovecho un rato que están todos entretenidos para dar un paseo por el campo. ¡Qué hermosura de colores en esta primavera! Todos los verdes se extienden hasta el horizonte en un tapiz apenas salpicado por pincelados ocres: los pajares, algún camino, la ermita…

La ermita está en el término del pueblo vecino pero los paisanos de mi chico han ido comprando todas las tierras limítrofes hasta sobrepasar la ermita de manera que, aún perteneciendo al otro término, la ermita está en tierras del pueblo. Lo cual da lugar a ese tipo de rivalidades a las que somos tan dados los españoles que conducen a interrogantes del tipo ¿de quién es la Virgen que preside el altar?

A mí me gusta el lugar, un otero desde el que se divisa toda la comarca. Me siento en el poyo de la ermita y me brotan los recuerdos igual que las hierbas en la pradera.

Como si se tratara de una película, veo al Heredero bebé, los dientes que no le dejan dormir, la fiebre que no baja, la tos que no cesa, cuando se cayó de la montaña y se fracturó el brazo. Se suceden imágenes de su adolescencia, esa época terrible para él y para mí, los años de universidad, las noches en vela hasta que oía la puerta, los chantajes emocionales, que hacen todos los hijos pero más aún los de padres divorciados.

¡Cómo han pasado de rápidos los años! El Heredero está a punto de casarse, tendrá hijos…

Estoy tan enfrascada que no me he dado cuenta de que se acerca mi chico hasta que lo tengo enfrente.

- Sabía que estabas aquí, dice.

- He salido a estirar las piernas y andando, andando, ya ves.

Nos quedamos aún un rato así, sentados muy juntos, evocando los años transcurridos desde la primera vez que me trajo a este lugar.

- Esa, esa otra y aquella son nuestras, me dijo, señalando otras tantas tierras de labor. Tuyas y mías, quiero decir. Y así fue cómo empecé a echar raíces en el pueblo.

Volvemos a casa. La tele sigue dando imágenes de la boda de los cachorros Windsor. Gigi mira atentamente, mi cuñada no se pierde ripio. El comentarista señala lo que diferencia a esta pareja de los padres del novio, Carlos y Diana de Gales. Alude a la condición de virgen exigida a la madre muerta frente al hecho de que los recién casados hayan convivido durante años sin que nadie lo haya puesto en cuestión.

- No pretenderá que fuera virgen a los 27 años después de ocho de noviazgo, oigo a Mamen.

- ¿Por qué no?, pregunta Gigi.

Y entonces Charly, que por lo común es discreto y raramente mete baza en este tipo de conversaciones, echa su cuarto espadas.

- Porque tendría que ser extraterrestre o de plástico. No pensarás que la Miss y el Heredero se dedican a la meditación zen cuando se quedan solos en su casa, expone de corrido.

- ¿En qué casa?, pregunta Gigi.

En ese preciso instante entendí cabalmente lo que supone un terremoto de magnitud 9 en la escala Richter. A la santa madre se le fue al garete la intervención ojero-facial, no sé si por la sorpresa o el espanto. El padre vasco torció el bigote. La Miss dio un respingo y se quedó como una esfinge, igual de tiesa. El Heredero carraspeó ligeramente antes de responder.

- En la mía. Llevamos meses viviendo juntos, explicó, con voz serena.

Yo estaba dispuesta a saltar a poco que alguien hubiera dicho algo inconveniente contra mi retoño. Pero durante unos segundos – no sé cuantos, a mí me parecieron como dos o tres millones – nadie abrió la boca. Hasta que se oyó la voz de mi chico.

- Vamos a ver, que estamos hablando de dos adultos ¿qué importancia tiene que estos chicos que están a punto de casarse hayan vivido juntos? ¿No será mejor que hayan tenido oportunidad de conocerse?

Por el rabillo del ojo veo que Mamen le lanza una mirada homicida a Charly. El Heredero le echa una mano por el hombro a la Miss.

- ¿Sabes qué pasa? Vosotros sois personas de costumbres ¿cómo diría? más abiertas, dice por fin, Ignacio. Es posible que nosotros seamos excesivamente conservadores en materia de moral y ética pero tenemos a gala que las mujeres de la familia vayan puras al matrimonio.

Estoy a punto de quedarme sin lengua de tanto morderla. A punto también de tirarme a la yugular de Ignacio, ese puro y santo varón que se beneficia a sus secretarias y echa un polvo cada decenio con su mujer.

- Nada, hombre, no tienes que agobiarte por eso, responde mi chico con ese encanto que la naturaleza le ha dado, que siempre parece que no rompe un plato, también nosotros tenemos a gala ir limpios al matrimonio, limpios de corazón, que es donde radica la honestidad, la de las mujeres y de los hombres. Es un principio que hemos inculcado al Heredero. Que atienda y cuide a su mujer, que sea honesto consigo y con ella y no la engañe jamás. Ni de palabra, ni de obra ni por omisión. En cuanto a nuestras costumbres, es verdad que somos bastante abiertos, por eso procuramos compartirlo y hablarlo todo. Nos apenaría que un hijo no se atreviera a compartir sus sentimientos. Hablábamos de eso ¿no? Porque no serás tú de los que defienden que la moral es sólo una cuestión de guardar las apariencias.

Miro a Ignacio, que trata de interpretar las palabras de mi chico, y a Gigi, que tiene los ojos húmedos, y acierta a decir:

- Ay, hija, por dios.

- Mamá, sólo alguien tan ciego como tú o alguien tan empeñado en no ver lo evidente como papá podría vivir tan fuera de la realidad. No os he dicho nada para no heriros pero tampoco puedo vivir como vosotros porque no soy así, explica la Miss con un tono dulce pero firme. Y estoy segura de que vosotros lo que queréis es que yo sea feliz como soy.

- Incluso más, que es lo que nos proponemos, añade el Heredero.

- Los hijos no dan más que disgustos, dice, por fin, Ignacio, recomponiéndose y como zanjando el asunto, al menos delante de nosotros.

Entonces mi cuñada saca su lista prodigiosa y concluye:

- Creo que tenemos ya todo dispuesto para el gran día.

Mamen, trata de recuperar un aire de normalidad a costa de mi chico.
- Vas a ser el único que no lleves chaqué.

- Yo y todos los de mi pueblo, responde, chulín.

miércoles, 27 de abril de 2011

Inventar historias


Tengo un grupo de amigas con las que me reuno frecuentemente. Hablamos de todo, de cosas relevantes y de otras instrascendentes, de política, de cotillerías, de historia, de literatura...

En ocasiones, cuando nos ponemos aproximadamente profundas, yo digo que no sé cómo hay quien puede vivir sin escribir. Y una de mis amigas responde invariablemente:

- Yo lo que no me explico es cómo hay quien puede vivir sin la termomix.

Podría parecer que mi amiga es una persona insustancial pero nada más lejos de la verdad. Es una mujer muy comprometida políticamente, que se jugó varias veces el pellejo en momentos cruciales y que ha tenido y tiene una vida sumamente interesante y activa.

Me he acordado hoy oyendo el discurso de Ana María Matute, la nueva premio Cervantes.

Un discurso formalmente poco académico pero lleno de ternura y de amor a la vida. El discurso de una escritora cuya existencia es su mejor novela. El discurso de una mujer que al final de su vida se permite pedir: Si en algún momento se tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor creánselas. Creánselas porque me las he inventado.

lunes, 25 de abril de 2011

Veinte años y un día

Va a hacer un año que estampé en esta pared un comentario sobre Miguel Ángel Rodríguez, a propósito de su encausamiento por haber llamado “nazi” en los programas “59 segundos” y “La Noria” a un médico que practicaba una medicina piadosa con los dolientes - el doctor Montes –.

Recordada entonces las andanzas del tal Rodríguez, un tipo mal encarado y faltón, crecido a la sombra de la pareja Aznar-Botella.

Durante la vista del proceso, llamado a declarar, este tipo echaop’adelante alegó ante el juez que interviene en tantas tertulias (muy bien pagadas, añado) que no le queda tiempo para preparar sus intervenciones televisivas pero que en ellas lo que se requiere es animar la audiencia y para ello, nada como repartir insultos. En consecuencia, la calificación de “nazi” era un intento de “calentar” (sic) la audiencia, una especie de “viva Cartagena”.

Hoy se ha hecho pública la sentencia en la que el Juzgado nº 8 de lo Penal le condena a pagar 30.000 euros por un delito continuado de injurias. El condenado ya anunciado que piensa recurrir y, entretanto, aprovecha para disparar a diestro y siniestro veneno y malos modales a partes iguales.

Sería bueno que pudiéramos considerar este caso como un hecho aislado, pero no lo es. Padecemos una derecha asilvestrada y montaraz que ha hecho suyo el lema “sin complejos”, lo que equivale a que todo vale porque ellos son los amos. La ley, la religión, la patria, la tierra, el dinero, todo es suyo. Los demás estamos aquí de prestado y por misericordia.

Lo peor de todo es que a veces una parte de la izquierda se empeña en ponerse al mismo nivel y otra parte de la judicatura viene a darlos la razón.

¡Cómo echo en falta una derecha menos faltona y más civilizada y educada!

domingo, 24 de abril de 2011

Re-matando

Nos costó un triunfo convencer a mi suegro de que su tractor no es adaptable como calesa.

- Pues no sé por qué no va a servir, repite aún a quien quiere oírle y a quien no también.

Salvo ese pequeño matiz, creo que hemos dejado todo más o menos organizado. Los últimos detalles en manos de mi cuñada y la asesoría a distancia de Mo.

Aprovecho para contar que su abadesa es una meticona y que menos mal que no vendrá a la boda porque ese día estará en Tierra Santa, que ha hecho promesa. He observado que estos vascos emparentados con la Miss son todos muy píos, con una religiosidad viajera que los lleva de Jerusalén a Lourdes, de Fátima al Pilar de Zaragoza, de Montserrat a Chestokova, de Santiago a Roma, cualquier lugar les parece apropiado para rendir culto.

En cuanto se reúnen empiezan a desgranar sus últimos viajes. A lo tonto, a lo tonto, se han recorrido el mundo. Debe ser por eso que me ha entrado a mí la cantinela que le repito a mi chico cada vez que me viene con un invento nuevo relacionado con la boda.

- Con lo que nos vamos a gastar en esta boda, podríamos dar tu yo la vuelta al mundo.

A mi chico, que está ilusionado con hacer de padre, aunque sea postizo, con que la ceremonia sea en su pueblo y con recuperar un jolgorio como antaño, con la gente del pueblo de palmeros, todo le parece bien y no repara en gastos. Y ahí nos tienes a él dilapidando y a mí, que soy la madre biológica, echando pestes. Hay cosas que solo me pasan a mí.

Para colmo, se nos ha cruzado la boda de los herederos ingleses. Que a simple vista puede parecer que no tiene nada que ver pero como mi cuñada se ha especializado en Casas Reales – incluidas las de la señorita Pepis, como la de Mónaco – cada miércoles corro como una desesperada a comprar el Hola para prevenir cualquier iniciativa espontánea de mi cuñada. Antes de que nos alquile una calesa de los reales alcázares o nos monte un palacio real y una plaza de Oriente B desde donde puedan saludar los novios después de la ceremonia. Las cosas están llegando a este nivel.

Mi chico, con su proverbial pachorra, se toma estas cosas a broma y, si se tercia, mete caña a su padre con el tractor o a su hermana con el protocolo real.

- ¿Tendríamos que hacer la reverencia a la madrina?, le pregunta con sorna.

- Si acaso, la novia, responde la cuñada sin percatarse de la broma.

- Por mi parte, está excusada, perdono esa parte del protocolo, añado yo.

Le he hablado del “retoque” facial de Gigi.
- ¿Tu crees que yo tendría que haberme hecho algo en la cara?, le pregunto.

- Tu estás guapa al natural, responde, convencido, porque mi chico es así, pero enseguida añade: Aparte de que no te veo yendo al médico por iniciativa propia.

Así van cayendo los días. Y menos mal que la semana santa se ha metido en lluvias.
- ¿Qué vais a hacer estos días?, se interesó Mamen el mismo domingo de Ramos.

- Si hace bueno nos vamos a la playa a coger colorcillo y si hace malo nos quedamos en casa a descansar, respondo.

- A mí no me apetece quedarme en casa, que a Charly le da por repetir el master en raquetas y terminamos discutiendo. Podíamos ir al pueblo… sugiere.

- Si vamos al pueblo se apunta todo el cortejo ¿Y qué hacemos allí si el tiempo se mete en agua? Aguantar a Gigi y aburrirnos. Para ese plan prefiero quedarme en Madrid y pierdo el tiempo a mi aire, pero si queréis ir vosotros os damos la llave.

- No, si va a llover puede ser un rollazo, admite.

- Pues eso.

Nos ha salvado el tiempo. Nos hemos ahorrado otros ejercicios espirituales con los santos padres vascos y toda la corte celestial.

viernes, 15 de abril de 2011

El carruaje

Cada día que pasa lo tacho en el calendario. Uno menos, me digo. Uno menos para recuperar mi vida, normal y corrientita, pero MIA. Un día menos para soportar este programa acelerado que me tienen organizado entre unas y otras. Un día menos para recuperar MIS fines de semana. Para levantarme cuando quiera, hacer lo que me apetezca y seguir así hasta el lunes por la mañana.

- Aprovechando que hace tan bueno, podíamos ir al pueblo, propuso Mamen el pasado finde.

Aceptamos y la propuesta corrió como la pólvora. El viernes por la tarde nos juntamos allí una tropa. Los novios, que siguen en plan aquí me lo den todo hecho. Los papás de la nena, que están persuadidos de ser los protagonistas de la boda del año. Mamen y su Charly – que sigue sin decidirse con la raqueta –, Mo y su abadesa – que es como un aya medieval, calcadita -, mi suegro, mi cuñada, mi chico y yo. Sin contar los amigos que, casualidades de la vida, han tenido la misma idea de aprovechar el buen tiempo para ir al pueblo a pasar el fin de semana.

Llegamos a media tarde, con el sol aún alto. El campo aparece verde, como recién lavado y tendido para deleite de los ojos.

Mi chico, empero, tiene una perspectiva distinta.

- A poco que llueva en mayo, éste va a ser un buen año de cereal, explica al Heredero.

- Podíamos dar una vuelta a ver cómo van las huertas, propone éste.

- ¿Qué huertas?, pregunto.

- Las que vamos a poner, responde mi chico, rápidamente.

En efecto, “las huertas que vamos a poner” están ya bastante puestas. En este tiempo, alguien – y no parece que sean los ángeles de San Isidro – se ha encargado de desbrozar el terreno, ararlo y prepararlo para la siembra o la plantación, o lo que haya que hacer allí, que no estoy muy puesta en la materia. Tampoco pregunto mucho porque hay cosas que prefiero no saber. Pero, incluso para una hortelana indocumentada como yo, está claro que los chicos de la panda + la Miss, que también anda en el ajo, han metido prisa al proyecto, como ellos lo llaman.

- Ya hemos encargado los semilleros y los plantones, los mandarán la próxima semana, oigo a la Miss.

Es la confabulación judeo-masónica-hortícola, allá ellos, me digo para los adentros. Ya comprobarán las delicias del agro cuando lleguen las nieves.

Ignacio y Gigi llegan exultantes, en plan rey padre y reina madre. Me parece observar algo raro en la cara de la santa madre pero no acierto a distinguir qué. Mamen, siempre atenta, lo identifica rápidamente.

- Esta se ha hecho un estiramiento de libro, me dice.

- ¿De qué libro?, pregunto yo, que a veces parezco tonta, es verdad.

Los chicos se van a las huertas y las chicas nos quedamos charlando y arreglando las habitaciones y la casa. Mo y su abadesa y los Herederos se alojan en la casa de Marcos, ya ni lo pregunto, no vayamos a tener un incidente diplomático a cuatro días de la boda.

La abadesa coge los bártulos propios y los de Mo y carga con ellos a la casa del primo, guiada por la Miss.

- Anda, guapa, descansa un rato, le dice a Mo, que te has dado la paliza de conducir.

- ¿De dónde venís?, pregunta Mamen.

- De Vitoria, dice Mo.

- Mucha paliza tampoco es que sea, está más cerca que Madrid. Juraría que la abadesa le ha mirado al bies.

- Ya no se te nota nada lo de la cara, le dice la apalizada a Gigi.

- Me dijo el doctor que en diez días habría bajado totalmente la hinchazón y es verdad. Luego nos mira a nosotras y nos explica que sí, que se ha hecho un “pequeño retoque bajo los ojos”.

- Me había salido una especie de granito en el párpado y, ya que tenía que intervenirme, me he alisado las ojeras. No quería parecer la madre más vieja de la boda, bromea.

Nadie se había percatado del granito de marras pero da igual, si te das cuenta, todas las que se hacen cirugía plástica te cuentan la misma milonga. Siempre se han visto obligadas a pasar por el quirófano por razones de salud.

- No te preocupes por eso, yo estoy dispuesta a competir con Matusalén antes que ponerme en manos de un cirujano por gusto, le digo.

Mamen y mi cuñada la observan sin disimulo.

- ¿Cuántos días has estado sin salir de casa?, pregunta mi cuñada.

- Una semana, además de los cinco días de la clínica, nos cuenta Gigi.

Tengo que cambiar de tema rápidamente antes de que mi cuñada se anime y se encargue un arreglo integral, que ella es muy fan de los profesionales de la medicina, así que propongo dar un paseo hasta la iglesia.

Mi cuñada, lo tengo muy repetido, tiene muchas y muy notables virtudes pero la principal es el don de ponerme de los nervios. Por más que trato de controlarme, es superior a mis fuerzas. Es de ideas escasas pero las que se le ocurren, siempre vienen a importunar a alguien. No existe constancia, desde que existe la escritura y el lenguaje oral, de que nunca se le haya ocurrido algo con un mínimo sentido práctico y menos aún algo que suponga un esfuerzo para ella.

Como es fan de todo lo monárquico – justo como yo – anda empeñada en hacer de la boda de la Miss y el Heredero un remedo de la que están preparando Catalina y Guillermo, los Windsor de Londres. Cada miércoles, que es cuando salen las revistas rosa, nos llama para proponernos nuevas pajaradas para la boda. Lo último es lo de la carroza. Lo hemos descartado pero no sé qué parte del no no ha entendido.

Cuando nos encaminamos a la iglesia saca el tema a colación.
- Estoy haciendo un seguimiento de la boda de Londres, empieza a contar, por si nos puede aportar ideas. He visto fotos de la carroza y me ha parecido un detalle espectacular…

(Llegamos a la altura de la plaza y nos hemos parado para escucharla. Gigi y Mo la miran aparentemente interesadas, la abadesa parece distraída, Mamen y yo ya conocemos la historia).

- ¿No os parece una buena idea para nuestra boda?, remacha. (Paso por alto el posesivo plural, que mira que es pasar, pero noto que Gigi pone cara de dudarlo y a mí que se me abren las carnes).

- Claro, es que los Windsor vienen con carroza de serie, informo, pero en nuestra familia no existe esa tradición. Ahora, si os hace mucha, mucha ilusión podemos aprovechar el tractor de tu padre, propongo.

- Qué cosas tienes, dice Gigi. Mamen y Mo se ríen, la abadesa hace rato que pasa de nosotras y da vueltas en torno al rollo del pueblo que se alza en mitad de la plaza.

- A mí no me parece mala idea tu idea, Esmeralda, dice al fin la Miss, pero creo que me hace más ilusión ir andando hasta la iglesia, seguida de las damas y los pajes llevando la cola, las arras, todo el cortejo, es más vistoso, ¿no te parece?
La Miss es tan cariñosa que mi cuñada le sonríe con la mitad de la cara. Con la otra mitad me lanza una mirada aviesa.

Cuando llegamos a la iglesia encontramos a un grupo de mujeres trabajando en los bancos, limpiando algunos y pintando otros.

- Queremos que estén como nuevos el día de la boda, nos dicen.

Begoña nos muestra un bulto aparcado en un rincón, bajo la escalera del coro.
- Hemos comprado una alfombra roja grande que llega desde la puerta al altar y la vieja la pondremos desde la escalinata hasta la puerta de la iglesia ¿Qué os parece?
Nos hemos quedado sin palabras. Menos mal que la Miss tiene recursos.

- Ay, Begoña, ya sabíamos que habíamos acertado al elegir la iglesia del pueblo para casarnos pero ¿cómo podríamos agradeceros tanto trabajo que os estáis tomando?

Begoña y el resto de mujeres están encantadas, naturalmente, pero eso no quita mérito a su trabajo. Mo sugiere algunos lugares donde colocar adornos florales. La abadesa pregunta dónde pensamos colocar al orfeón.

- Ah, ¿pero va a venir un orfeón?, pregunta Begoña, es que nosotras estamos ensayando unos cantos para ese día…

- No va a comparar con el Orfeón Donostiarra, responde la abadesa sin que nadie le hubiera dado vela en la ceremonia.

Yo también me entero en ese momento de que fuera a venir nadie a cantar. Hay un momento de duda que vuelve a resolver la Miss.

- Ni el orfeón ni la orquesta sinfónica. Si vosotras estáis ensayando nadie lo hará mejor…

Creo percibir una expresión de espanto en Gigi, Mo y la abadesa pero se nota que son gente civilizada. Las tres guardan silencio como tumbas.

Mi cuñada y Mo brujulean aún un rato por la iglesia proponiendo lugares donde colocar adornos y cintas y luces. Cuando terminan nos despedimos de la patrulla local.

Al llegar a casa encontramos a los chicos que se han preparado unas cervezas. Gigi le cuenta al padre vasco que las mujeres del pueblo están preparando su intervención estelar en la boda como si se tratara de Eurovisión.

- La niña les ha dicho que mejor ellas que el Orfeón, no sé cómo vamos a resolverlo…, le cuenta.

La Miss adopta una pose y voz de niña mimada ante su padre.
- No te imaginas cómo están dejando la iglesia de bonita, incluso han comprado una alfombra nueva, no quisiera que lo tomaran como un desaire, papi. Total, ¿qué más le da al orfeón? ¿No te parece?

El padre está en fase derretimiento absoluto, en ese punto que la niña puede pedir la luna y él la encargará a MRW.

- Bueno, le habíamos abonado ya la actuación y los gastos de traslado y alojamiento, pero lo arreglaremos, no te preocupes, de ninguna manera vamos a desairar a la gente del pueblo, naturalmente que no.

- Creo que sería una buena idea que el domingo, cuando vayáis a misa, dejaras un sobre en la bandeja para que paguen la alfombra, sugiere la Miss, con la misma vocecita de niña dulce. El Heredero la mira sonriente. El papá asiente, feliz.

- ¡Qué buena idea has tenido, hija!, corrobora Gigi.

Me veo obligada a intervenir antes de que el azúcar nos ahogue. Así que le hago la encomienda a mi suegro.

- Creo que tu hija quiere pedirte el tractor para trasladar a la novia a la iglesia.
Mi cuñada me mira con cara de asesina en serie pero su padre no ha captado el detalle y responde igual de complaciente que el padre vasco.

- Bueno, si es para eso, os lo dejo, pero después de la boda lo volvéis a dejar en la panera.

Yo ensayo la misma expresión de niña buena que he visto a la Miss y observo que mi chico se ríe para adentro.

- ¿Me echas una mano?, le digo. Nos levantamos y salimos como que fuéramos a resolver el asunto de la deuda nacional, pero nos dirigimos a dar una vuelta los dos solitos. De la casa emana un aroma a azúcar quemado.

jueves, 14 de abril de 2011

¡Viva la República!


Hoy hace un año colgué un comentario debajo de la jaculatoria: “España mañana será republicana”. Para mi sorpresa, es el más visto de cuantos he colgado en este blog.

No voy a repetirla este año. Pero, si tienes un rato, enlaza con Isaac Rosa, periodista de Público, que hoy ha escrito un hermoso artículo, que suscribo totalmente.

Y ya, de paso, si tienes un rato más, aquí te dejo el enlace al especial que el mismo periódico, el único que apuesta decidida y claramente por la República, ha sacado hoy.

Y a todos los que os pasáis por aquí, mi mejor deseo: Salud y República.

jueves, 7 de abril de 2011

Café Comercial

Hay lugares que tienen historia como otros tienen fantasma y otros, encanto. El Café Comercial de Madrid reúne un poco de todo ello. Data de 1887 y no estoy segura de que hayan hecho muchas modificaciones desde entonces. Si alguna vez entró un fantasma, allí se ha quedado. Vetusto, rodeado de espejos que te devuelven la imagen, es uno de los cafés históricos con encanto.


El Comercial fue uno de los escenarios de mi primera juventud, allá por la década de los sesenta del siglo pasado. Allí he quedado cientos de veces con algún aspirante a noviete – aspirante por su parte o por la mía - o con amigos y en él he pasado tropecientas tardes, a veces estudiando y muchas más de cháchara.

Sus amplios ventanales se abren a la Glorieta de Bilbao y te permiten contemplar el tráfico humano de la zona, también el de vehículos, pero ese carece de interés para mí. Hacía años que no iba por allí.

Hoy he quedado allí con una amiga con la intención de entregarle personalmente la invitación a la boda. Nos citamos a las 5,30 y a esa hora accedo por la puerta giratoria que tantas veces me vio pasar antaño. Me siento en una mesa junto al ventanal del centro. El local está exactamente igual que estaba hace 40 años, quizá más.

Miro en derredor y observo que también los asistentes parecen los mismos de entonces, la mayoría es gente de mi edad. Sólo hay un joven, absorto en un ordenador. En el rincón de la derecha, un hombre maduro escribe también en un portátil, otro lee en e-book (exactamente el Papyre 6.2), un poco más allá una pareja se aburre silenciosa. A mi izquierda, una pareja de lesbianas conversa animadamente, una mujer sola lee el periódico. Entra Javier Rioyo con dos acompañantes y se sientan en otra mesa. (Estoy empezando a sospechar que Javier Rioyo - a quien no conozco de nada - y yo tenemos los gps particulares enlazados porque allí donde voy, allí que lo encuentro; la última vez nos tropezamos en la calle Doctor Cortezo, yo salía de los cines Yelmo Ideal).

Al fondo, dos hombres (¿padre e hijo?) permanecen callados. Otros dos hombres ocupan sendas mesas mientras hablan por el móvil. En otra, dos hombres más conversan sosegadamente; en las sillas de al lado se amontonan paquetes, para que luego digan que ellos no compran. En la mesa de al lado, un hombre – más o menos de mi quinta – hojea una revista de ecología mientras bebe un mosto y pica patatas fritas.
Poco después entra un hombre y se dirige a la mesa ocupada por la pareja aburrida y saluda al hombre, quien le presenta a la mujer.

- Nos conocimos en casa de Arturo, dice ella.

- ¿Margarita?, pregunta él.

Les sigo un rato la charleta mientras pienso que ahí debe haber una historia esperando que alguien la cuente. Luego, entra una pareja muy joven. Así debía ser yo cuando empecé a venir al café, pienso.

Va pasando el tiempo. Mi amiga se demora. Miro el reloj por enésima vez y dudo si esperar un rato más o irme (para colmo, he olvidado el móvil en casa así que no puedo llamar para saber si está de camino). Opto por tomar unas notas en una servilleta (me he puesto de fina para la cita y en el bolso no me cabe el cuadernillo que siempre llevo encima).

A las 6 mi amiga sigue sin aparecer. Noto que mi vecino de mesa me mira atentamente.

- Me parece que a los dos nos han dado plantón, me dice.

- Espero que no, digo por fin.

- ¿Tienes plan?, le oigo al hombre.

Miro atentamente por si hubiera una cámara oculta. No es posible que me esté pasando una cosa así a estas alturas. Pensaba que algo habría cambiado desde que estoy fuera del mercado del ligue pero si es así, éste no se ha enterado. Me mira esperando la respuesta.

- Sí, sí, acierto por fin a balbucear.

- Es que estoy en Madrid de paso, insiste.

- Yo no estoy de paso en nada, aspiro a dejar huella, respondo. En ese instante, me pregunto a mí misma por qué le he dicho tamaña majadería. El hombre me mira con cara de no entender. Yo me siento como si estuviera viviendo un bucle y me veo hace 40 años en este mismo lugar, iniciando el ligoteo o debatiendo con mis amigos sobre el futuro. Nuestro futuro y el del país.

Por fin, aparece mi amiga. El hombre del mosto se va. Nos saluda.

- ¿Quién es éste?, pregunta mi amiga.

- Uno que quería tener un plan conmigo.

- Mira la mosquita muerta, se burla ella.

Recordamos otras reuniones en este mismo lugar, a algunos de los amigos.

- Estuve en el entierro de Enrique Curiel, cuenta, y siento una punzada en el corazón.

Finalmente, le entrego la invitación.

Me asombro de dos cosas: de cuántos de los sueños que entonces barajábamos se han hecho realidad y de que una parte de la perspectiva que oteábamos sea ya pasado.

martes, 29 de marzo de 2011

Ensayo de La Boda


El viernes telefonea la Miss.

- ¿Quieres acompañarme a la prueba del vestido?, propone.

- Yo encantada pero seguramente a tu mami también le gustaría, respondo.

- Mis padres tienen una boda en Biarritz este finde y a mí me gustaría que me dieras tu opinión, insiste.

- Cuando me digas, allí estoy.

Según tengo entendido de pasada, porque en cosas de familia procuro no inmiscuirme, la madre vasca pretendía que su niña se casara con el traje que ella había llevado el día de su boda – realizado por Manuel Pertegaz, el mismo que hizo el vestido a Leticia Ortiz – pero la Miss ha insistido en que quería su propio traje. Se lo están haciendo unas modistas de postín, las Hermanas Molinero, que cosen para los vip’s más vip’s de todo Madrid y tienen el taller en una calle perpendicular a la Castellana.

Quedamos el sábado por la mañana. Nos atienden amabilísimamente, nos ofrecen café, té o cualquier infusión y unos dulces para acompañar. La Miss declina la invitación, yo me tomo un té. No pruebo los dulces porque ya que me he comprado el vestido no puedo engordar ni un gramo.

Como se trata de la primera prueba no está ninguna de las dos hermanas famosas sino una de sus oficialas o como se llamen las segundas de a bordo. Se trata de un esbozo del modelo que ella ha escogido, una falda cortada al bies en seda salvaje con un recogido a la cintura del que sale la cola en seda bordada. El cuerpo es un corpiño en seda bordada como la cola, escote palabra de honor y que en la parte delantera baja de la cintura en una especie de pico, lo que la estiliza aún más su ya estilizada figura. Se prueba un echarpe en seda lisa y con echarpe o sin echarpe la niña está monísima.

Me gusta el vestido aunque el corpiño me parece un poco recargado, opinión que me callo, prudentemente.

- Mamá dice que el corpiño es demasiado abigarrado, me cuenta la Miss justo mientras yo me muerdo la lengua. ¡Vaya por dios! Echo una segunda mirada y noto que esta vez me gusta un poco más. A ver si ahora me voy a parecer a Gigi. Lo que me faltaba, vamos, hombre.

La modista hace algunas sugerencias sobre la colocación del polisón y sobre el remate de la cola, coloca de nuevo el escote, perfila el remate inferior y da por terminada la sesión. La cita para dentro de 20 días.

- Le haremos la segunda prueba y ya podrá ver el vestido muy similar a cómo quedará finalmente. Convendría que viniera peinada de manera aproximada al día de la boda para que podamos ver cómo quedará enmarcado y, si piensa llevar alguna joya, gargantilla, pulsera, pendientes, tráigalos para ver el efecto.

Al salir, hacemos una parada en Embassy.

- ¿Qué te parece?, me pregunta mientras se toma un café con leche y una docena de pastas.

- El vestido, precioso y tú muy guapa.

- Mamá quería que me arreglara su traje, pero a mí me apetecía elegir mi propio diseño. Aparte de que tampoco me parece que su boda sea como para tomarlo como unidad de medida del sistema métrico matrimonial ¿Crees que he hecho mal?

Paso por alto el comentario respecto al matrimonio paterno y respondo lo más políticamente correcta que soy capaz.

- Seguro que ella te lo ha ofrecido creyendo que te hacía un gran regalo y que tú sabrás explicarle tus razones para que no se sienta herida.

Me mira con cierta sorna y yo me siento como pillada en falta. ¡No te fastidia!

- Cuéntale que quieres iniciar tu propia genealogía, añado, y ya me siento agilipollá del todo.

- Vamos a dar una vuelta, que tengo que comprarme zapatos, propone.

Paseamos la calle Serrano hasta Farrutx. Entramos y se compra unas sandalias. Luego, entramos en Adolfo Domínguez. Entonces me acuerdo de Mamen. ¿Cómo se me ha podido olvidar contárselo?

- Oye, de esta salida a Mamen ni una palabra, que es muy sentida y va a pensar que la dejamos de lado, le advierto.

- ¿No te lo ha dicho? La llamé para que se uniera pero se iban este finde al Jerte. Como Japón está catastrófico han optado por un sitio más cerca para ver los cerezos en flor, me cuenta.

- Anda, para que veas y yo preocupada por no herirla, rezongo.

- Sois como Pili y Mili pero mucho más divertidas, ríe.

Tras el paseo, tomamos el autobús a casa donde nos esperan el Heredero y mi chico con la mesa puesta.

- Tú, otra cosa no sé, pero descansado ya estarás, ¿eh?, le digo al Heredero.

- A ver, qué quieres que haga, responde de mala gana, como cuando era pequeño.

- Yo no quiero nada, pero, vamos, que la boda es tuya, algo tendrás que decir, argumento.

- No empecemos otra vez, que si quieres no me caso y se acaba el jubileo, se me pone gallito.

Mi chico, que conoce el percal, tercia rápidamente.

- Dejad la filosofía para otro momento, si no queréis comer el asado frío.
Se ha encargado él de hacer el asado de cordero y se nos ha puesto estupendo. Para una vez que guisa, ya ves tú. Pero aprovecho la pausa para echar el freno. Anda y que le den. El corderito está bueno, se ve que el cocinero ha querido lucirse.

- El secreto de un buen asado es que no le falta agua a la tartera de barro, mi chico está crecido y se nos pone en plan Arguiñano.

Después de comer, el Heredero está mucho más suave y se me acerca contemporizador.

- Que yo hago lo que me digas pero es que los padres vascos están pelín pesados, especialmente la madre, me dice en tono amigable.

Firmada la paz, en cuanto acaban el café se largan al cine.
A última hora del domingo me llama Mamen.

- No veas cómo estaba el Jerte, con cuatro árboles en flor y miles de personas alrededor, igualito que cuando cerraron la Gran Vía para celebrar su centenario, me cuenta.

- Pues te has perdido la prueba del vestido de la Sirenita, que no veas cómo está de guapa, trato de chincharla.

- Ya hemos quedado en que iré a la segunda prueba, responde, tan pimpante. Lo que quería comentarte es que me ha llamado Gigi para contarme su boda de Biarritz, dice que ha sido una experiencia…

- Religiosa, le interrumpo.

- No, una experiencia para la boda “nuestra”.

- Ah, ¿vas a casarte?, me hago de nuevas.

- Pues si esta primera sale bien, lo mismo me animo, contesta, supongo que en plan choteo. Así que a ver cómo ha sido lo de Biarritz.

El lunes busco en los digitales reseña de la boda esa de la que no tenía ni idea. ¡Me ha entrado una risa floja! He pasado copia del enlace a todos los implicados: la Miss, el Heredero, mi chico, Mamen y Esmeralda. Para que se vayan preparando.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Mis lugares amados: Oslo y Cabo Norte

 El comentario que Juani ha dejado en un post ya antiguo sobre Port Etienne y unas fotos más recientes del Cabo da Roca colgadas por Valdomicer, me han hecho evocar algunos de mis lugares amados: La Habana, Estambul, Florencia, Venecia, París, Lisboa, Oslo, Cabo Norte… De éstos últimos quiero hablar hoy.

Visité Oslo por razones de trabajo. No tengo, por tanto, impresiones de turista o de viajera y bien que lo siento porque me dio la impresión de que sus habitantes gozan de un alto nivel de vida y disponen de muchos y muy agradables lugares de disfrute.

A la capital noruega se suele llegar por barco o vía aérea. Yo llegué en avión y ahí tuve la primera sorpresa. El aeropuerto se encuentra en la abertura de un fiordo, de manera que cuando el avión desciende el viajero que mira por la ventanilla ve agua a un lado y a otro pero no tierra. El avión sigue perdiendo altura y la tierra sigue sin aparecer. Hasta que el aparato aterriza el viajero primerizo teme que se trate de un amerizaje forzoso. Al menos, yo lo temí.

La segunda sorpresa es encontrar multitud de personas en bañador a orillas de los fiordos y en los parques. Cientos de personas de toda edad tumbados en la hierba disfrutando de los rayos de sol, que allí es un bien escaso y muy apreciado.

La siguiente impresión es la de una ciudad verde. Miles, millones de metros cuadrados de jardines, bosquecillos, zonas de recreo. Eso y sus grandes y amplias avenidas imprimen a la ciudad un aire grato, acogedor y habitable.

La vida cotidiana en los países nórdicos debe ser dura en invierno pero yo estuve en Noruega en verano y me pareció una delicia. Una temperatura agradable, noches sin oscuridad. Es una sensación extraña salir al aire libre de madrugada y encontrar claridad. No es exactamente como pleno día pero sí esa luz tibia que aquí identificamos con el atardecer.

Noruega es un país largo y estrecho. Las ciudades se levantan próximas a la costa porque el interior es inhóspito. El medio de transporte más habitual es el avión, hay un centenar de aeropuertos en menos de 400.000 kilómetros cuadrados y para menos de cinco millones de habitantes. Los noruegos cogen el avión como aquí el autobús. Igual. Pequeñas avionetas que abortan el despegue si alguien llega corriendo con sus paquetillos a cuestas. En quince días que estuve, aterricé y despegué 18 veces.

Esa facilidad de recorrer distancias me permitió visitar Tronheim, Tromso o Bergen, ciudades de aspecto antiguo y modos ultramodernos.

A las islas Lofoten fui en barco, debidamente protegida con un traje impermeable, como si fuera a la luna.

Con olas que yo creí que se iban a tragar el barco y a nosotros, de una tacada. Nos libramos y así pude disfrutar del espectáculo de miles de frailecillos, unos pájaros de colorines.

En Noruega (también en Suecia, Finlandia y Rusia) habitan los sami – a quienes nosotros llamamos lapones – un pueblo antiguo y trashumante, dedicado tradicionalmente al pastoreo de renos.

Hoy, los lapones están perfectamente integrados en la sociedad donde viven pero, de cara al turismo, muestran sus cabañas, sus renos, sus trajes y todos sus archiperres. Cuando los turistas vuelven a sus hoteles ellos van a sus casas, modernas y bien acondicionadas, como las de cualquier noruego.

Nos agasajaron con carne de reno ahumada. Yo, que soy de buen comer, no tengo experiencia en ingesta de suela de zapato pero aquello me pareció lo más parecido. Aparte de esta experiencia digestiva, el reno de la exhibición la cogió conmigo y me seguía allí donde iba. El lapón aseguraba que el animal era pacífico pero se trataba de un ejemplar adulto con una cornamenta descomunal que trataba de jugar conmigo. Terminaron por atar al bicho que optó por berrear desaforadamente.

- Deja usted aquí un corazón roto, decía el lapón al despedirnos, señalando al reno. Ya ves tú, qué manera más tonta de triunfar.

En aquel viaje – que fue riquísimo en experiencias y conocimiento – comí bacalao y salmón de todas las maneras imaginables. En una de las degustaciones que nos ofrecieron habían preparado el bacalao de 30 formas diferentes. Menos mal que soy ictiófaga (con permiso de doña Ana Botella).

Y aunque Oslo me pareció una ciudad ideal para vivir, en realidad mi rincón amado de Noruega es el Cabo Norte, el punto más septentrional de Europa.

Un risco de más de 300 metros de altura sobre el nivel del mar, lugar sagrado de los antiguos pobladores que rendían tributo a sus dioses arrojando víctimas propiciatorias desde tamaña altura. Sólo de pensar que hay quien escala esa pared desde el mar produce escalofrío.

El lugar es de una belleza impactante. Se oye el rugido del mar con un eco telúrico y en el horizonte se adivina el Polo Norte, tras las islas Svalbard. En el centro de la explanada se alza un monumento dedicado a los niños del mundo.

Pasé allí un rato largo, sola - lo cual no es fácil porque el sitio es frecuentado por viajeros de todo el mundo – a media noche, con el sol brumoso en lontananza.

De pronto, me descubrí llorando. Supongo que es una suma de belleza, placidez, plenitud, ausencias. O que soy llorona. Siempre que evoco aquel viaje, recuerdo ese momento. Es uno de los sitios más hermosos que conozco.

Como los noruegos son muy civilizados – y acogedores – en el mismo Cabo Norte han levantado un complejo turístico que tiene la particularidad de otorgar títulos de “caballeros” del Cabo Norte. Título que tengo el honor de poseer, aquí donde lo ves. Además del correspondiente diploma acreditativo, la investidura consiste en una insignia de solapa pequeñita, poco más que una lenteja. Cada vez que me la pongo – de pascuas a ramos, por cierto – siempre hay alguien que me pregunta por su significado.

Aquel viaje me dejó recuerdos sorprendentes. Mares helados, islas perdidas, renos procaces, aviones como autobuses y allá a lo lejos, el Cabo Norte: el punto más septentrional de Europa…

sábado, 19 de marzo de 2011

Luna, lunera


Sospecho que Hacienda pretende aumentar el producto interior bruto del país a mi costa. Desde hace varios meses se dedica a enviarme cartas reclamándome unas cifras exorbitantes que se corresponderían con unos ingresos que ya me hubiera gustado haber tenido. Al parecer deben tener por duplicado certificados de una parte de mis ingresos pero yo he cobrado lo que he cobrado, no lo que ellos dicen, y he pagado lo que he pagado, no lo que ellos pretenden.

A pesar de lo cual, cada vez que recibo una de esas cartas me dan pálpitos, lo que me lleva a pensar si Hacienda pretende aumentar sus ingresos o acabar conmigo.

Mi chico, que es experto en la materia, se dedica a responder cada una de las misivas argumentando muy razonada y razonablemente. Así llevan desde verano.

Las reclamaciones se refieren a dos ejercicios económicos y, de ser cierto lo que me piden, tendría que pagar unos 6.000 euros, que sólo de pensarlo se me abren las carnes.

- Tú no te preocupes, que si se tercia vamos hasta el Tribunal Económico Administrativo, repite mi chico cada vez que el cartero nos deja una carta de Hacienda.

Yo estoy convencida de que todos debemos cumplir nuestros compromisos de ciudadanos pagando nuestros impuestos con arreglo a nuestros ingresos. Preferiría que el Estado fuera menos tolerante con los grandes patrimonios que se llaman a andana a la hora de rascarse el bolso, pero eso no me impide cumplir puntualmente con lo que considero mi obligación de ciudadanía.

La duda que me corroe es si Hacienda pretende que pague yo lo que no consigue sacar a los otros.

Es que en materia de imposiciones, soy el rigor de las desdichas. Cada dos por tres me roban el bolso, justo el único día que llevo algo de sustancia porque, con mis antecedentes, procuro ir con lo justo para salir del paso y pagar siempre con tarjeta.

Una vez, volviendo de Venecia, nos robaron los últimos 300 euros que nos quedaban. En puridad, le robaron a mi chico, que llevaba mi mochila, pero lo que se llevaron fue mi cartera, razón por la que tuve que ir una vez más a comisaría a denunciar el robo. Ya me tratan como de la familia.

- ¿Por qué me tienen que robar siempre a mi?, me lamento.

Mi chico razona que, puesto que vivimos en la parte privilegiada del mundo, ese es un pequeño precio que tenemos que pagar para que esto no salte por los aires. Coincido en lo del privilegio y en lo injusto del reparto de las riquezas, pero tampoco me parece justo hacerme pagar a mí la deuda pública de los países no desarrollados.

A lo que iba. Ayer, Hacienda nos dio un respiro. Resolvió que mi chico tenía razón en lo que concierne a uno de los ejercicios y que la declaración estaba bien hecha. No sólo no he de pagar más sino que me devuelven 250 euros. Él está contento y yo más.

- Como no contaba con ese dinero, voy a hacerle un regalo a mi asesor fiscal, le anuncio a mi chico.

- Tu asesor fiscal se considera bien pagado, me responde.

He decidido regalarle un telescopio para ver la luna llena de esta noche. Pero cuando vamos al Cortinglés optamos por un telescopio terrestre en vez de celeste. Dudamos entre cual elegir y optamos por mirar más en otros sitios. Esta mañana nos dirigimos al conglomerado de Alcobendas.

En el parking de Ikea, nos sale al paso un tipo grandón, de esos que yo – muy mal hecho, lo reconozco – suelo calificar como chulo de discoteca, un tipo echado p’alante, trajeado, que se baja de un coche de gran cilindrada con placas del cuerpo diplomático.

- Sí que debe ser profunda la crisis, que hasta los diplomáticos se surten de Ikea, estoy a punto de comentar. Pero en ese momento, se me cruza una mulatita joven, rellenita y menuda vestida de forma llamativa, con una minifalda en tonos rojos, y andares sandungueros.

- Qué culito respingón tienen estas mulatas y mira que contentas se pasean en su día libre, le digo a mi chico, dando por sentado que la mocita es una trabajadora inmigrante, probablemente empleada del servicio doméstico.

Pero, cuando vamos a entrar en el Mediamark, mi chico se vuelve y descubre que el chulo de discoteca es el chófer, que se apresura a abrir la puerta del coche a la mulatita del culito respingón.

- Yo de ti, no haría caso de las apariencias, me dice.

- Eso, explícaselo bien a Hacienda, en la parte que nos queda, respondo.

Finalmente, hemos comprado el telescopio en el primer lugar que habíamos visto. Y nos hemos sentado en la terraza a contemplar la luna, lunera. Si han de pasar otros veinte años hasta que vuelva a acercarse a la tierra, ¿quién alcanzará a verla?

domingo, 13 de marzo de 2011

De tiendas

- ¿Vamos con los chicos o solas?, pregunto a Mamen.

- Mejor solas y, si vemos que se nos hace muy tarde, los invitamos a comer. Mira a ver cómo colocas a tu chico porque Charly sigue con su máster en raquetas y estará entretenido toda la mañana, propone ella.

Charly es un tipo majo – bastaría que quiera a Mamen para que nos lo parezca – pero tiene un peculiar sentido del tiempo, del suyo y del ajeno. La tiene cogida con el vicio tabaquero de mi chico y en ocasiones ha empleado una tarde entera – tres o cuatro horas seguidas – en explicarle – a él y por extensión a nosotras, que no fumamos - los perjuicios que le ocasiona su adicción, sin desalentarse por la negativa de mi chico ni por nuestras quejas.

- No te pongas pesadito, cariño, le reconviene Mamen cuando vuelve al sermón. Pero él sigue erre que erre.

Charly es un deportista aplicado. Tuvo una época que le dio por el atletismo y nos impartió un curso sobre las características que deben tener las zapatillas deportivas hasta que corrió en la maratón de Nueva York, que era su meta, y lo dejó. Luego tuvo su momento padle. Nos compramos esas raquetitas agujereadas sólo para dejar de oírle sus prédicas sobre los beneficios de la práctica del deporte. Ahora le ha dado por el tenis y lleva un mes estudiando los distintos tipos de raquetas para saber cuál es la más adecuada. Han visitado todas las tiendas especializadas pero él sigue sin decidirse, buscando por internet la raqueta mágica.

- En las tiendas ya nos saludan como si fuéramos de casa y ahora anda pegado internet que porque sé que lo que busca es una raqueta que si no ya habría empezado a preocuparme, confiesa Mamen.

Yo no necesito colocar a mi chico – que espero sepa colocarse solo - así que a las 11 estoy preparada por si ocurriera el milagro de que mi amiga fuera puntual. No ocurre tampoco esta vez y cuando enfilamos la autovía de La Coruña son las 12. Lo normal.

Llegamos a Las Rozas a las 12,30 y cuando enfilamos el parking del Village está que hay que hacer turno para encontrar un hueco.

- Luego dicen de la crisis, farfulla Mamen.

- Es lo que pasa cuando no se tiene reloj, que llegamos a la hora del aperitivo, como unas señoras, me quejo.

- Claro que hay gente inmune a la crisis y éste no es un barrio obrero, precisamente, sigue ella, que tiene una rara habilidad para oír sólo lo que quiere.

Accedemos al Village por la derecha donde lo primero que ves es la tienda Loewe.

- ¿Entramos?, propone Mamen.

- Si quieres tú, vale, pero por mí, paso, no voy a ir a la boda vestida de cuero.

- Tienen más cosas que no son de cuero.

- Oye, ¿vamos a estar así en todas las tiendas? Porque a este paso echamos aquí el finde, nena. Donde tú quieras que entremos, entramos y donde me apetezca a mí, entramos también, siempre y cuando no olvides que la vida no es eterna y nosotras tampoco, zanjo por lo sano, que este plan me lo conozco ya.

Como había previsto, en Loewe no tienen nada para madrina de boda. Llegar a esta conclusión, le lleva un cuarto de hora a Mamen.

Entramos en Carolina Herrera, en Armani, en Jesús del Pozo, en Versace, en Purificación García, incluso en Elena Miró (tallas grandes) pero yo tenía echado el ojo a un modelito de Roberto Verino y soy de piñón fijo. Me encanta. Es un conjunto – falta, top y chaqueta – en un tono entre champagne y visón, lo que viene a ser un café con leche, en seda bordada. Me sienta bien, al menos yo me veo bien, me estiliza y es elegante a la par que sencillo. Además, tengo unos zapatos que me van como a medida, que me compré por puro capricho en las rebajas del verano pasado, por un porsiacaso. Me falta el bolso pero creo que no será difícil de encontrar algo que me vaya con el conjunto.
(Me están arreglando el largo de la falda, en cuanto me lo tengan, hago una foto y la cuelgo).

Mamen se ha probado tres modelazos espectaculares, uno en Carolina Herrera y dos en Jesús del Pozo. Yo me hubiera llevado uno de éstos, en rojo con un cuello grande bordeando un escote barco, que le hacía guapísima. Pero Mamen necesita por lo menos un mes más para decidirse (luego dice de Charly, pero lo suyo es contagioso).

A las dos, llamamos a nuestros respectivos y quedamos para comer en uno de los restaurantes cercanos. Llegamos más cansadas que si hubiéramos ido a trabajar.
Como suponíamos, Charly nos da la barrila con los tipos de raqueta.

- De pequeña me regalaron una raqueta de las que usaba Manolo Santana para entrenar, tenía las cuerdas de tripa y pesaba una tonelada, rememoro.

- No tienen nada que ver con las de ahora, que son de fibra… empieza a explicarnos Charly.

- ¿De fibra óptica?, pregunta Mamen.

Mi chico, Charly y Mamen se enzarzan en una discusión sobre si la fibra óptica es un material utilizable en la fabricación de raquetas o no, que se alarga durante la comida. A mí me da lo mismo de lo que hagan las raquetas, como si son de plastilina, así que, mientras hablan, pienso en mi traje y en que, a lo tonto, a lo tonto, quedan menos de dos meses para la boda.