viernes, 29 de octubre de 2010

Ni nos doblaron, ni nos doblegaron…


Santiago Carrillo da el pésame a Josefina Samper

Hay nombres que tienen un significado en sí mismos y, al tiempo, evocan sentimientos colectivos, más allá de si se está o no de acuerdo con su trayectoria, con su actividad, con su ideología. Marcelino Camacho es uno de ellos.

Sabíamos que su salud era endeble hace ya tiempo y su edad no alentaba al optimismo. Pero la noticia de su muerte, esta mañana, habrá estremecido el corazón de muchas personas que ni han militado en CC.OO (¡ay, Urdaci!), ni militen quizá en ningún sindicato, ni siquiera tengan afinidades ideológicas con el sindicalista.

Camacho es un icono de una época que dio ejemplares heroícos y verdaderos miserables. Durante años, triunfaron los segundos y fueron perseguidos los primeros. No obstante, entonces todavía creíamos que los buenos triunfaban y los malos eran condenados siempre. Ahora han desaparecido aquellas certezas y no siempre es posible saber si el héroe de hoy no es el villano de mañana.

Marcelino Camacho nació en 1918 en Osma-La Rasa (Soria) y a los 17 años militaba ya en el Partido Comunista. Combatió en la guerra civil defendiendo la República, fue detenido, escapó, fue denunciado, volvió a ser apresado. Cumplió años de condena, cuando salió entró a trabajar en la Perkins - ¡La Perkins, cuántas veces habremos repetido ese nombre!), consiguió que las comisiones obreras, que había puesto en marcha, se infiltraran en el sindicato vertical al que convirtieron en un queso de gruyer.

En junio de 1972 la policía detuvo a la dirección el sindicato, mientras celebraba una reunión en los Oblatos de Pozuelo. Aquellas detenciones desembocaron en el Proceso 1001, cuya vista inicial coincidió con el asesinato de Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973.

Me recuerdo a mí misma oyendo Radio Francia para tratar de conocer los pormenores del juicio – del que en España sólo se conocía la versión de la dictadura, esto es, que se procesaba a peligrosísimos terroristas – cuando creí escuchar que el presidente del gobierno español había sufrido un atentado. Creí haber interpretado mal – la emisión era, naturalmente, en francés – pero el locutor seguía hablando del atentado. Puse la radio en una emisora española, en la que sólo se escuchaba ya música clásica, antes de que afirmaran que se había producido una explosión de gas.

Los procesados acabaron condenados con severas penas: Camacho, 20 años. Le acompañaron Nicolás Sartorius, Miguel Ángel Zamora, Pedro Santiesteban, Eduardo Saborido, Paco García Salve, Luis Fernández, Paco Acosta, Juan Muñoz Zapico y Fernando Soto, en suma, los diez de Carabanchel.

De aquella época son los famosos jerseys de lana gorda que le tejía amorosamente su mujer, Josefina Samper, y que se convirtieron en una de sus señas de identidad.

El Tribunal Supremo recortó las condenas pero fue un indulto l que los sacó de la cárcel. Yo, que siempre he sido reticente respecto a la transición, confieso que lloré al conocer la noticia de su excarcelación y que me invadió un rayo de esperanza.

Ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar, declaró al salir.

Legalizado el sindicato y el partido, Camacho fue elegido diputado en las elecciones de 1977 y reelegido en 1979. Dimitió en desacuerdo con las medidas laborales que se habían aprobado en el Parlamento con el apoyo del PCE. Volvió al sindicato, del que tenía el carnet nº 1 y que dirigió hasta 1987.

Nunca he militado en el Partido Comunista – pertenezco al sector de los tontos útiles – y a la hora de sindicarme tampoco elegí CC.OO. pero admiro la fidelidad, el arrojo, la lucidez y la valentía de hombres como Marcelino Camacho.

Repasando los nombres que le acompañaron en distintas etapas de su vida, que jugaron un papel decisivo en la conquista de las libertades que hoy gozamos, constato que la mayoría son desconocidos para las nuevas generaciones. Muchos de ellos han desaparecido físicamente por razones de edad. Los más, llevan una vida alejada de la atención pública.

Con Marcelino Camacho desaparece un sindicalista, un comunista, un hombre de un tiempo que, me parece, también está desapareciendo. Quedan pocos que puedan decir, con verdad, que no están dispuestos a doblarse, ni a doblegarse, ni a dejarse domesticar.

1 comentario:

Pilar Abalorios dijo...

Sentido semblante de quien lucho siempre con un objetivo claro y a quien la peor traición que se le ha hecho ha sido olvidar y aprender (de cero a cien en un minuto) a contemporizar.
Supongo que en la política y el sindicato es más fácil vivir contra que con, y sentirlo así realmente triste.
Descanse en paz.