lunes, 2 de agosto de 2010

Refresca en Badem-Badem

Madrid, en agosto, Badem-Badem, rezaban el refrán antaño.

Sería antes del cambio climático. Ahora, no hay quien respire en Madrid. Entre el calor que hace, los aires acondicionados que aumentan la temperatura ambiente, los tubos de escape de los coches y que cada vez nos hacemos menos resistentes a las incomodidades, pasamos la semana arrastrándonos a la espera de que llegue el viernes.

Medio minuto antes de la estampida general, ya estamos mi chico y yo en la carretera camino de la casa del pueblo.

El pueblo de mi chico es tan pequeño que ni viene en el mapa de Google. Pero existe. Es una aldea mesetaria, en tierras de pan llevar. Plena llanura castellana con un pequeño otero en el que se alza una iglesia de traza románica que los vecinos cuidan amorosamente, con el cementerio adosado. Desde esa altura se divisan kilómetros de tierras de cereal, ahora ya cosechadas, y alguna mancha de girasol. Muy de trecho en trecho un pinar o bosquecillo bajo, los restos de lo que debió ser bosque cerrado peninsular, sobre el que podían desplazarse las ardillas desde Gibraltar al Cantábrico.

El otero es visita obligada, aparte de sus encantos paisajísticos, porque es el único punto del pueblo que tiene cobertura de teléfono móvil.

El pueblo nunca fue Hollywood pero desde los años sesenta del pasado siglo ha vivido una sangría de población que le ha dejado exangüe. La mayor parte de sus vecinos emigraron al País Vasco – quienes carecían de estudios o de profesión - o a Madrid – quienes aspiraban a entrar en la Administración con vistas a hacer carrera. Incluso quienes se quedaron para cultivar las tierras, acabaron por trasladarse a la capital de la provincia en busca de un mayor confort y de alguna posibilidad de relación.

El resultado es que en invierno no quedan más de cinco familias. Pero todo es llegar el buen tiempo y el pueblo se convierte en un hervidero de gente. Algunos de los que se fueron han ido desapareciendo pero la mayoría tuvieron el buen criterio de mantener la casa familiar que ahora disfrutan sus hijos y nietos.

Así que este rincón mesetario se puebla de gentilicios rarísimos y por sus calles ahora asfaltadas transitan varias generaciones de descendientes de los emigrantes de antaño.

A los tractores, cosechadoras, empacadoras y demás artefactos de labranza se unen ahora las motos de trial, varias vespinos, alguna harley y bicicletas como para correr el tour y el giro juntos. A falta de piscina, que la diputación se niega sistemáticamente a construir por el bajo ratio de población, hace sus veces una pequeña poza del río que los bañistas comparten solidariamente con una familia de renacuajos y alguna rana despistada.

Los más pequeños han tomado como propio el viejo pilón, reconvertido en estanque con peces de colores, que huyen despavoridos ante la presencia de los enanos invasores.
La quinta de mi chico tuvo dos maestros de los que guardan memoria agradecida. Don Juanito daba clase por delegación. La titular era su mujer. Él había perdido su plaza por haber sido fiel a la República pero, en aquél rincón apartado de casi todo, parece que se relajaron las cautelas y don Juanito pudo aleccionar a una cuadrilla de rapaces y aconsejar a los padres para que se sacrificaran en beneficio de un mejor futuro de sus hijos y los llevaran a la universidad. El resultado es una panda de funcionarios de alto nivel, varios abogados, algún economista y un cura. Y, lo que es más sorprendente, chicas y chicos por igual.

Todos ellos hablan con fervor de don Juanito y de doña María Jesús, una maestra que llegó recién sacada la plaza, que permaneció aquí los años justos para impulsar un cambio de mentalidad en sus alumnos y vivir una triste historia de amor con el médico del pueblo. (Al médico le faltó coraje para dejar a la novia de toda la vida con la que se casó y vivió una vida desgraciada).

Doña María Jesús acabó trasladándose a Madrid, después de haber aprobado una oposición a bibliotecas y abandonó definitivamente la docencia. Don Juanito dejó el pueblo cuando destinaron a su mujer a otra plaza.

Algunos de aquellos zagales viven en la capital de la provincia, otros en el País Vasco, varios en Madrid, una en Zaragoza y otro en Cantabria pero casi todos dejan una parte de sus vacaciones para reunirse en el pueblo algunos fines de semana del mes de agosto.

Allí vamos, pues, los titulares y sus respectivos cónyuges. En cuanto llegamos, pasamos y nos pasan lista. Este finde ha venido Sabina y Maite y Vitorchu y Julio y Begoña y Jesús y Ascen y Miguel y Dani y Esteban y José Mari y Mario y Raúl y Miguel Ángel. Todos con sus respectivos, algunos con sus hijos y alguno también, ay, con sus nietos.

El punto de reunión es la bodega, donde ya no se hace el vino pero se guarda fresco el que se ha comprado, y que ha sido acondicionada para reuniones y ágapes. Allí nos encaminamos en cuanto nos quitamos el disfraz de ciudadanos y nos vestimos el de pueblerinos, a saber, pantalón corto y niki viejillo, preferiblemente con slogans cachondos, ingeniosos o reivindicativos. El nuestro tiene ya un montón de años y reza: “Un nuevo contrato social para compartir las responsabilidades familiares, el trabajo y el poder”.

En la bodega de mi chico o en la de Begoña o en la de Miguel Ángel o en la de Mario charlamos de lo divino y de lo humano. Conversación recurrente son los recuerdos que comparten. Cuando iban a las fiestas de los pueblos, cuando don Juanito los encerraba en clase castigados y ellos salían por la ventana de la escuela, cuando bebían el vino de la misa, cuando se murió fulano, cuando llegó la francesa – siempre hay una francesa en la vida de los chicos que ya peinan canas – cuando se emborracharon y no sabían volver al pueblo, el invierno aquel que mi chico se cayó al río con la moto, cuando robaban un pollo en el corral de la madre de Raúl y se lo llevaban para que lo guisara, cuando los pillaron dando un palo a los frutales.

Ellas hablan de los primeros novios, de las relaciones que no prosperaron, de lo tontos que eran los chicos, de sus primeras experiencias en el trabajo, en el amor, de las carencias de aquellos años, de su nostalgia del pueblo, de la amistad…

Igualmente, resulta obligado pasar revista a los acontecimientos del año. El que ha pasado, un hijo de Sabina se ha casado con una hija de José Mari. Se ha muerto el padre de Julio. A la mujer de Vitorchu le han operado de un cáncer de mama, del que parece que se está recuperando.

Nosotros llevamos veinte años manteniendo el rito estival. Cada año nos hacemos fotos, que nos dicen cómo pasa el tiempo. Cómo pasa la vida.

También salimos a pasear por el campo, a ver cómo va o ha ido la cosecha. Llegamos hasta la ermita. Leemos y dormimos a pierna suelta. Cuando cae la noche, salimos a la fresca, volvemos a reunirnos, cantamos canciones del folklore popular, desde Santurce a Bilbao, vengo por toda la orilla, con la falda levantada, luciendo la pantorrilaaaaa.

Por la noche refresca. Dormimos con manta. ¡Con manta! Esto sí que es Badem-Badem.

7 comentarios:

Pilar dijo...

Yo no tengo pueblo, ni propio ni por lo civil, soy de muchas partes y de ninguna, fruto de muchos destinos es díficil ser de ninguna parte, y muchas veces he echado en falta tener raíces, raíces de tierra real, de paredes con recuerdos y caminos hollados por los míos, aunque no pudiera recordarlos, por eso ahora, igual que cuando mis amigas se marchaban en verano a las fiestas del pueblo, me da un poquitillo de envidia.

A la vez me dá cierta pena pensar si serán capaces de sobrevivir a la segunda generación de ausentes/veraneantes, he visto cerrar tanto y es tan triste. Ojalá salveis entre todos vuestro Badem-Badem.

Tita dijo...

En 4 días disfrutaré de unos pocos días en mi propio pueblo, que, al contrario del de tu chico, es el Sáhara oriental en plena península.

Precioso post, me ha recordado tanto a los Amigos de Peter, como a Los aires difíciles de Almudena Grandes con las increíbles vidas e historias de los pueblos, siempre más importantes que las ciudades por la facilidad con que todo el mundo las conoce....

Abrazos y disfruta mucho ¡la manta en agosto es un tesoro!

Uma dijo...

que envidia!! mi pueblo tiene menos encanto, tal vez pq nohace tanto que me fui y pq cuando voy las reuniones son obligadas con "las que" y no hace tanto fresco y en fin!! no es lo mismo!!
me has dado envidia....sobre todo por lo de la manta!!
besos

La de la tiza dijo...

Pilar: yo tengo pueblo por lo civil y por lo militar pero también me siento de cualquier parte. Me gusta volver a los sitios donde encuentro gente a la que quiero.
Hay muchos lugares que están cerrando por ausencia. Nosotros defendemos nuestra amistad, nuestros afectos y, a lo que parece, hay nuevas generaciones que nos toman el relevo pero ¿quién sabe lo que les deparará la vida?
Tita: sí, nuestras reuniones tienen mucho de literarias porque, además, nos encargamos de "levantar acta" del año que ha pasado escribiendo lo que ha ocurrido en ese tiempo. Y de paso, añadimos cosas de nuestro magín.
Uma: es verdad, lo de la manta, está muy bien. Y por la noche, rebequita obligada.
Besos a todas, chicas.

Valdomicer dijo...

Cerca de treinta años, casi media vida, la he pasado en el pueblo que describes. Allí nacieron mis hijos y allí consumí (consumimos) nuestra juventud. De lo que, por cierto, no nos arrepentimos.
Treinta años es tiempo más que suficiente para acaparar toda "ruralidad" y el "bucolismo" que se pueda aguantar de golpe y, en el fondo sigo siendo un viejo rústico y campesino.
No he sido capaz de regresar aunque aún me queda la nostalgia: El dolor de recordar.... El recuerdo doloroso.
¡¡¡¡Que me he "pasao" tres pueblos, corcio!!!

La de la tiza dijo...

No, Valentín, no te has pasado. Aún me parece que te quedas corto.
Estoy comprobando hasta qué punto es doloroso el retorno, hasta qué punto se descubren las heridas que se han ido abriendo y que, seguramente, no se cerrarán nunca.
No se a quién se le habrá ocurrido identificar la naturaleza, lo bucólico, con la bondad y la felicidad. ¡Un carajo!
Yo, es que soy más tirando a urbanita. Me gusta ir al pueblo, dar un vuelta por el campo, incluso coger setas si las hay, que ahora no, pero enseguida ir a ducharme a la civilización. Y pasar lo más desapercibida posible, cuanto menos me conozcan, mejor.

Tita dijo...

¡Cuanto me llama la atención tu comentario de urbanita, Tiza, y de pasar desapercibida!

Yo que soy paleta urbanizada, aún me escandalizo por cruzarme con alguien a las 6 de la mañana, cuando no hay nadie más por la calle, y no dice ¡buenos días!

Si tengo que elegir...prefiero conocer y que me conozcan ¡cada uno lo que vivió! en fin....